lunes, 27 de noviembre de 2006

la Dicotomía vs. el Final Del Cuento

En el parque la arena se dividía políticamente, en los charcos se veían los reflejos de un pasado, se salpicaba al cruzar, por más que no estuviera mojado, se salpicaba del reflejo de la urbe que se había dividido políticamente. ¡Hasta los pájaros se habían dividido políticamente! Un hombre de pelo oscuro cruzaba un charco y se salpicaba, miraba con desagrado la mancha del pasado y apretaba los dientes, sus recuerdos le dirían que no existía tal charco, que nunca lo habría cruzado. Se olía en el aire una división política que apestaba hasta en las tiendas de perfume. Los rosedales eran de un marrón caca que elevaba los vahos a círculos mayores, al escuchar la campana de los barcos que no hacían más que naufragar y escaparse. Cuando mi casa se dividió políticamente había una línea de tiza en el piso y las paredes e incluso sobre los cuadros, reflejo de mi seno familiar, tan pueril como los discursos de cualquier dirigente de cualquier organización sin importar su tamaño o tendencia cultural. Había como un zumbido general, la gente caminaba con al menos un ojo cerrado. Los perros al ladrar predicaban, bautizaban la ciudad y oraban la misa del domingo y, por extensión, la de todos los días. Casi todas las torres y las cúpulas ya hacía mucho habían sido derrumbadas. Habían visto su reflejo en el charco y con una unanimidad que asustaba se lanzaron al abismo, como si fueran lágrimas de un llanto; tan profundo como los túneles de los trenes subterráneos. La Dicotomía que, como todos los demás conceptos, aprovechaba la clausura, esta vez definitiva, de la circulación de metros, solía hacer los paseos del domingo y, por extensión, los de todos los días, por estos túneles. En la línea B, hace muy poco, se encontró con la Existencia, drogada como siempre y trescientos metros más adelante con la Pos-modernidad que estaba desarrollando una ceguera importante. La Dicotomía hacía trueques de víveres en la estación Liberaciones de la línea C. Hizo las escalas correspondientes, empujando su carrito, y llegó al mercado clandestino. Este concepto, sin duda, había perdido sentido, o al menos cobrado uno nuevo, y por más que la Clandestinidad haya cambiado de nombre, seguía siendo el mismo y creo que los demás le habían cogido cariño. En el mercado de la estación de Liberaciones, cuyo dirigente era la Canasta Básica Total, cambió unas zanahorias de su propia cosecha por un bidón de leche y unas latas de Corned Beef. No prestó atención a la fecha de vencimiento de las latas ya que indudablemente estarían caducadas. Sin embargo, esto no importaba. Las latas de Corned Beef se usaban como moneda y sólo un estúpido sería capaz de abrir una. Como perdido en un sueño que le sublevó totalmente, la Dicotomía soltó su carrito, que había hecho a medida para las vías del subterráneo. Más bien le dio un empujoncito, empujó su carrito con discreta fuerza y lo vio irse. Sus zanahorias, algún que otro ropaje, el libro que le había regalado la Religión (que nunca había llegado a terminar), las latas de Corned Beef (bien escondidas, claro), el bidón de leche, una fotografía; en fin, todo lo que le pertenecía a la Dicotomía se resbalaba por las vías de tren, y realmente parecía un tren. La autopropulsión que emanaba, la muy conveniente inclinación del túnel, un ruido como de piel de gallina, y se alejaba, adentrándose cada vez más a la oscuridad que se precipitaba en la lejanía como una puerta o un fin.Y luego de eso se marchó. Caminó por la línea F, llegando hasta su límite, la periferia de la ciudad. Allí en donde empiezan los túneles póstumos. Son túneles cavados por otros conceptos. En la zona del Real Sinfónico, en donde habitaba la Dicotomía, apenas se escuchaban rumores macabros sobre los póstumos. En la terminal de la línea F, la estación de Leyes y Oficios, se abría, claramente obrado a mano, un hueco; que igual da decir mil huecos. Porque indubitablemente ese hueco abriría otros, y estos varios más, y aquellos aún mas. Adentrándose, no pudo evitar notar cómo la luz disminuía trágicamente, inversamente proporcional al número de ratas, tanto muertas como vivas. La Dicotomía avanzó con pasos de vaquero, como enfundando o desenfundando algo. Entró en una taberna, todavía sin miedo, y concertó una partida de naipes con el Final Del Cuento.

jueves, 16 de noviembre de 2006

­­¿Cómo se miden las distancias? ¿En metros? ¿En yardas? ¿En pies? Pies descalzos con pintura en la planta de los pies. Los pies amargos, esos que caminan y con la pintura en la planta de los pies dejan su rastro descalzo, coloreado, dejan su pintura fresca y caminan sobre el mundo y miden las distancias en ese lienzo grande y geoide. Y por todos lados están estas marcas descalzas, estas huellas digitales descalzas y sin calzar, y todos los suelos son escenas de crímenes; esos crímenes descalzos que miden distancias y ponen su nombre criminal sobre los suelos, sobre los cielos. Quizás estas palabras buscaban llegar a los cielos. Quizás de eso se tratan estas prematuras palabras deseosas de levantarse a la mañana en esta noche descalza. Deseosas de destaparse porque de pronto ya no hace tanto frío, ni hace tanto sueño, ni hace tanta oscuridad. Mi noche se transforma en la mañana de mis palabras, las que toman café matutino en esta penumbra, las que hacen su desayuno con el amanecer chorreando por la ventana, y miran por la ventana y toman café y además desayunan. Claro que desayunan si son palabras. Mis palabras desayunan mirando el amanecer que miran por la ventana en mi hoja, en mi hoja nocturna. Esta hoja. Y volviendo a los cielos, volviendo atrás, muy atrás. Al paraíso perdido, al jardín eterno que al final no fue tan eterno. Al hombre y la mujer. Adán y Eva. Que en realidad no se llamaban así, se llamaban hombre y mujer y punto, eso es confuso porque nisiquiera se llamaban hombre y mujer, osea no se llamaban, ni por telefono ni por ningún lado porque eran solamente ellos dos y me imagino que andarían siempre juntos porque sino necesitarían nombres para llamarse. Los nombres y los apellidos no existían todavía porque estaban diseñados para que uno solamente le pueda hablar al otro, entonces no necesitaba ese rótulo amargo, ese clavo sobre la cabeza con un banderín que dice Adán o Eva. Eso de nombres era cosa de los animales. Adán y Eva no tenían nombre porque eran el único hombre y la única mujer. Pero estaban mal diseñados porque Eva solía hablarse a ella misma, sola, en voz alta pero sola, hablar sola, y como no tenían nombres no podía especificar que se dirigía a ella y a ella sola, que estaba hablando sola, en solitario, redundantemente solitario. Hubieron muchas confusiones pero la más trascendente fue cuando ella, Eva, Ella, tenía ganas de comer una manzana que tenía toda la pinta y entonces dijo, en voz alta, para afuera, pero en realidad era para adentro, era un mensaje de ida y vuelta. A Ella le gustaba soltar la información a través de palabras y dejar las palabras en el aire, para después agarrarlas de vuelta y metérselas en el cuerpo, para saborearlas enteras y entenderlas. Y este mensaje específico era qué pinta que tiene esa manzana, cométela. Si hubieran estado diseñados mejor, no sé si mejor, pero de otra manera, si hubieran estado diseñados de otra manera, quizás hubieran existido los nombres, entonces hubiera dicho qué pinta que tiene esa manzana, cométela, Eva. O algo así. Pero como no existían los nombres dijo qué pinta que tiene esa manzana, cométela. Y entonces el otro se comió la manzana. Y ellos iban descalzos, pero descalzos en serio. Iban descalzos por todo el cuerpo. Y nosotros no. Nosotros llevamos diseño y publicidad, llevamos hojas de las caídas, de las otoñales y caídas, llevamos hojas que nos tapan los órganos sexuales y arriba de eso un montón más de hojas. Y las hojas por lo general son espacios a rellenar, son lienzos con diferentes tipos de huella digital. Y estos espacios que nos tapan, estos lienzos llevan publicidad y logotipos y nombres de cosas y estilos propios y hay que pagar por estos espacios rellenados por otra gente, gente que quiere dinero y para tener dinero ponen sus nombres con formatos variados en diferentes envoltorios humanos y cuando tienen eso lo venden y así tienen dinero. Y nosotros los compramos porque sin ellos nos sentimos vacíos y desnudos, des nudos y des calzos por todo el cuerpo y la gente nos mira mal porque no fuimos capaces de pagarle a alguien para que nos envuelva con su nombre y a veces hasta con su apellido. Entonces tenemos nuestro nombre y nuestro apellido y además el nombre y el apellido de otra persona a la que le pagamos para que nos envuelva. Y a nosotros también nos gusta el dinero porque con ello podemos comprar los envoltorios y así sentirnos mas completos y mas calzados. Por eso en vez de mostrar nuestro cuerpito y nuestro culito que es el mismo que tenemos desde que nuestra madre nos parió, en vez de eso nos dejamos dibujar y pintar y escribir. Dejamos que nuestro cuerpo sea un cuaderno en donde otros puedan dejar su rastro y su huella digital como se hace con el suelo y con los crímenes. Y entonces hay crímenes y pintura fresca por nuestros cuerpos además de por el piso. El piso que pisamos, con nuestros pies y con nuestros cuerpos. Aquí están los cuadros, el arte, el harte, con hache, hartarte del arte, ¿cómo se harta uno del arte? ¡Me harté! Enamorarte, Reciclarte, ¡que juegos de palabras más interesantes! Les brota originalidad por los poros y seguro que con eso vendemos de todo, a la gente le gustan los juegos de palabras y más aún cuando tienen la palabra arte por ahí metida. Pero no estoy harto de verdad, mis palabras hoy parecen haberse despertado de mal humor pero permítame intervenir. Si puedo. No veo cómo mis palabras me lo van a permitir porque dan patadas en la hoja, miran por la ventana en mi hoja y dan patadas en la hoja al amanecer. Dan patadas y hacen muecas y gestos de incendio. Pero yo estoy calmado. Yo trato de tranquilizarlas. Ellas que quieren hartarse, que quieren dejarlo todo, que quieren pero no pueden. Que en realidad no quieren porque yo las conozco y en realidad no quieren, ni pueden. Por ahí sí pueden pero no quieren. Así que no pueden. Y no lo harán. Pero qué molestas que están. El desayuno no les sienta bien porque lo único que quieren es emborracharse. Quieren que llegue la noche pero apenas es la mañana, o sea el final de la noche, el otro lado de la noche, el otro lado de la luna, el otro lado del lado oscuro de la luna. Y me miran de este lado de la hoja y saben que acá por lo del cambio de hora es de noche y tratan de no mirar y alejan la mirada, sacan los ojos por la ventana en donde está el amanecer. Pero mis palabras tienen ojos atrás de sus amorfas cabezas y me miran igual. Y con estas ganas de hartarse me escupen estas tonterías en donde somos adefesios envueltos en mierda y hay etiquetas que dicen arte por todos lados. “Arte por todos lados”. Y son huellas digitales de nosotros o sea son nosotros, estos mierdas somos nosotros pero yo no me la creo. Y mis palabras tampoco se la creen pero ¡qué enojadas parecen estar! Y siguen así tomando café cuando quieren cerveza, o whisky o vino o cualquier cosa con alcohol. Champagne, vino groseramente espumeante, pordió. Desayunando y mirando el marco de la ventana o un rincón del cuarto en donde todavía no ha caminado el sol y miran ese rincón deseando que sea todo como ese rincón, que sea oscuro como ese rincón porque con toda esta luz no se puede ni ver. Y con los ojos atrás de sus cabezas me miran a mí y la bombilla de luz que cuelga del techo como un pendiente y desearían estar acá para poder apagar esa luz y no ver nada, o sea ver todo. O sea ¿quién las entiende?

martes, 31 de octubre de 2006

III

intoxicadosSe prende fuego mi pelo, mi piano, mis discos, la ropa y el perro.
johnnycashI hear the train a´comin´, it´s rollin´ round the bend, and I ain´t seen the sunshine since I don´t know when. I´m stuck in Folsom Prison, and time keeps dragging on.
viudasehijasMe di cuenta que por vos estoy tocando fondo (Monetario Internacional)
morphineYour mind and your experience calls me. You have lived and your inteligence is sexy. I wanna know what you gotta say, I wanna know what you gotta say, I wanna know what you gotta say, I can tell you taste like the sky ´cause you look like rain.
sumoPeople moving every day, but you know the move so slow. Do you know where they´re going? Do you know why they go?
beatlesFather MacKenzie writing the words of a sermon that no one will hear, no one comes near. Look at him working, darning his socks in the night when there´s nobody there. What does he care? All the lonely people...
jimihendrixYou´re just like crosstown traffic (so hard to get through to you), crosstown traffic (I don´t need to run over you), crosstown traffic (all you do is slow me down), and I´m trying to get to the other side of town.
borgesOtra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?
cristobalcolonYo siempre leí que el mundo, tierra y agua, era esférico, y las autoridades y experiencias que Ptolomeo y todos los otros escribieron de este sitio daban y mostraban para ello, así por eclipses de la Luna y otras demostraciones que hacen de Oriente hacia Occidente, como de la elevasión del polo de Septenrión en Austro. Ahora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y hallé que no era redondo en la forma que escriben, salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y más próxima al cielo y sea debajo la línea equinoccial y en esta Mar Océana el fin del Oriente.
viejaslocasLegalízenla
redondosMariposa pontiac, ¿qué va a ser de mí? Sin tus caricias, nena, ¿qué va a ser de mí?
gratefuldeadShe had rings on her fingers and bells on her shoes, and I knew without asking she was into the blues. She wore scarlet begonias tucked into her curls, I knew right away she was she was not like other girls, other girls.
ydelamismaThe wind in the willows playing tea for two, the sky was yellow and the sun was blue. Strangers stopping strangers just to shake their hand. Everybody´s playing in the heart of a gold band, heart of a gold band.
de girondoAbandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados. Dejé la sociabilidad a causa de los sociólogos, de los solistas, de los sodomitas, de los solitarios. No quise saber nada con los prostáticos. Preferí el sublimado a lo sublime. Lo edificante a lo edificado. Mi repulsión hacia los parentescos me hizo eludir los padrinazgos, los padrenuestros. Conjuré las conjuraciones más concomitantes con las conjugaciones conyugales. Fui célibe, con el mismo amor propio con que hubiese sido paraguas. A pesar de mis predilecciones, tuve que distanciarme de los contrabandistas y de los contrabajos; pero intimé, en cambio, con la flagelación, con los flamencos.
Lo irreductible me sedujo un instante. Creí, con una buena fe de voluntario, en la mineralogía y en los minotauros. ¿Por qué razón los mitos no repoblarían la aridez de nuestras circunvoluciones? Durante varios siglos, la felicidad, la fecundidad, la filosofía, la fortuna ¿no se hospedaron en una piedra?
¡Mi ineptitud llegó a confundir a un coronel con un termómetro!
Renuncié a las sociedades de beneficencia, a los ejercicios respiratorios, a la franela. Aprendí de memoria el horario de los trenes que no tomaría nunca. Poco a poco me sedujeron el recato y el bacalao. No consentí ninguna concomitancia con la concuspicencia, con la constipación. Fui metodista, malabarista, monogamista. Amé las contradicciones, las contrariedades, los contrasentidos ... y caí en el gatismo, con una violencia de gatillo.
(De Espantapájaros (Al alcance de todos), n. 4)

domingo, 22 de octubre de 2006

La pava vigilada, no hierve

“I fell into a burning ring of fire
I went down, down, down,
And the flames went higher.
And it burns, burns, burns,
The ring of fire,
The ring of fire.”

Johnny Cash


En grano, el café materializó fuera del tercer estante; casi consciente de que yo la observaba, como aquel hombre que vigila la pava. Yo miraba la escena detrás de una lámina de aire gris, el agua hirviendo de ganas de algo; sería humo de la pipa, el agua hirviendo de ganas de hervir. Dan ganas de brillar, dan ganas de ser luz o apagar la luz, ahogar la hornalla, extinguir el horno, desconectar el eslabón, matar al vigilante. Aquel hombre, usa pantuflas, habla en la cocina o le habla a la cocina. Sujeta las cosas por los pelos, incluso las que no tienen pelajes, como las ideas más descabelladas. Y tiene una manera irritante de hacerlo, también. Parece no querer estar ahí, a veces lo admite. A veces le dice a la pava que no quiere, que no quiere. Yo quisiera decirle que retroceda, que admita sus errores, que camine hacia atrás y que deje de vigilar la pava. Los instantes están cada vez más desfasados, y son cada vez menos locuaces, empiezan a existir solamente en la cocina. Solo el hombre, y sólo las baldosas, y solo el café, y sólo la pava. Y sólo los estantes, y solo yo. Se hace de noche afuera de la cocina, y dentro de ella siento que quizás yo tenga el poder. Quizá fue a mí a quien se le ocurrió la idea, o quizá fui yo quien la llevó a cabo. Lo dudo, igual. Ese tipo de cosas dan cabida a los recuerdos (que ya no tengo) y a la elocuencia (que nunca tuve). Aquel hombre se sostiene por los pelos, la mirada fija en la pava, la pava fuera de foco, la pava desmayando. Y el ruido de la hornalla, el ruido circular, aunque desaprovechado e irrelevante. Cuando el hombre calla no existe más que el ruido de la hornalla, y súbitamente deduzco que calla por escucharlo. Similar a su concepción de las situaciones, porque su concepción emana las situaciones como si fueran algún gas inflamable. Así salen las situaciones, casi siempre usando las tuberías correctas pero, lógicamente, a veces equivocándose y saliendo por el grifo o por el cable de la tostadora. Y las situaciones (las que su concepción emana) son un gas que se libera de yacimientos fósiles, y que tienen un olor agregado, ese olor a gas que nos recuerda que somos tímidos, fáciles de atrapar, y que tenemos memorias con olor a gas; olor a gas que además nos recuerda que nos hemos dejado la hornalla prendida, y que el gas (las situaciones) no está ardiendo como debería. Aquel hombre no olvida que la hornalla está prendida, quizá olvida todo lo demás, pero eso nunca. No olvida que hace catorce eternidades puso la pava y que todavía no hierve, quizá olvida para qué quiere el agua hirviendo, o qué es eso, pero no olvida el círculo más pequeño. El centro de algunas cuestiones y el borde de otras. A veces piensa que el anillo de fuego es análogo al anillo de café que deja, conscientemente, en determinadas hojas de su libro, o en el mantel que parecía nuevo hace ya demasiados domingos. Pero todo eso es cada vez más distante. Como si no pudiera concebir espacios más amplios que su cocina, o ideas más amplias que el anhelado silbido de la pava. El instante más largo es aquel que desfigura más cosas, aquel en donde todas o casi todas las burbujas son de una sola pava de agua hirviendo. Aquel hombre solo vive en ese instante, quizá no por decisión propia porque, ¿quién sabe lo que pasa dentro de su cabeza? Es ese instante que pocos hombres llegan a conocer, que es la maldición para los que lo conocen. Hay una suerte de composición general en el cual el hombre no debe ser testigo de ese instante. Lo habitual es estar preparando otras cosas, como una cuchara, en su taza, sobre su plato. O estar perdido en concepciones deformadas por las albas horas, la falta de sueño, la repetición de los días. De todas maneras, lo habitual es no presenciar el instante que en verdad son todos los instantes. El momento en el que una pava hierve. A veces uno piensa que está mirando la pava hervir pero en verdad le está prestando más atención al diseño de las hornallas. Cuatro hornallas de cuatro diferentes tamaños, rodean a una hornalla y todo está perdido en un laberinto de hierro ennegrecido. Y realmente parece un laberinto, similitud ambigua como lo es el resultado: Porque todos y nadie hemos estado en un laberinto. Porque, ¿quién ha estado en un laberinto? Y a la misma vez, ¿quién no ha estado, alguna vez, en un laberinto? En esta distracción y en muchas otras se sitúa el momento en el que hierve la pava; es decir, la pava hierve en todo momento en el que no estamos mirando. Y ahí se encuentra aquel hombre, en un simposio de momentos que son todos en los cuales hirvió una pava, y sólo él tiene acceso a semejante laberinto en el que ser vigilante es la única opción, olvidarse del propósito de la humanidad y las satisfacciones inmediatas y perderse en el anillo de fuego y en las burbujas (que son todas), y en la eternidad del momento, olvidarse de que había un despliegue temporal conocido, el que solía vivir, y adornar su postura con las respiraciones fútiles, latidos desperdiciados de un corazón baladí. ¿Era todo tan semejante a los cuentos, a los sueños? Sería esto un abandono de los días, del pasar de los momentos, o sería el descubrimiento de una bifurcación de momentos dentro de uno solo, como si cada una de las burbujas, representando una unidad de agua que hierve, fuera un momento, y tantas burbujas juntas, en un contenedor, representara todas o casi todas las cosas. Catorce hornallas y catorce anillos de fuego rodean a aquel hombre como si fuere la hornalla central que curiosamente no es la que está prendida porque uno inevitablemente prende la de la derecha inferior.

jueves, 12 de octubre de 2006

I

Sobre la mesa dejé los objetos,
Los tristes objetos.

Apoyados, como dormidos,
La mesa ya muerta,
Hace rato.

Los objetos míos, tan míos,
Los dejé sobre la mesa a reposar.

Estaban todos ahí,
No faltaba nadie.

La mesa ya muy muerta
Lo único que tenía que hacer lo hacía.

Y con su propia perfección.

Y todos mis objetos, con todas mis esperanzas
Juntan polvo sobre la mesa.

II

Y es como un santuario sin terminar,
Una obra maestra que se aproxima cansada,
Que vive cansada,
Que consiste en el cansancio.

Los objetos que están sobre mi mesa
No se ausentan,
Aúllan a la luna que se ve desde algún monte.

Y no se asustan con el pasar del tiempo.

El entrar y salir de las personas.

La oscuridad repentina.

La claridad repentina.


III

Las objetos tienen nombre
Y se lo olvidan cuando están sobre mi mesa.

El nombre y las ataduras sociales salen volando
De a poco.
Como la difusión de los gases
O los pájaros en el aeropuerto.

En mi mesa solo hay objetos,
Objetos y nada más.

IV

Los objetos tienen función,
Y se lo olvidan cuando están sobre mi mesa.

Sobre mi mesa los objetos tienen una función diferente, unida, antigua. Forman parte de un argumento más abstracto y mucho menos práctico. Porque son en tanto que están sobre mi mesa. Esa es su función. Crean nuevos perfiles y nuevos horizontes sobre mi mesa porque se unen a la mesa sacramente y con un entendimiento que solo los objetos pueden entender. La mesa está muerta desde que nació pero son mis objetos los que le dan vida. Los que crean vida sobre tanta muerte. Sobre una muerte tan plana y equilibrada y horizontal.

V

Y eso me gusta.

martes, 3 de octubre de 2006

Creo que fue algo así:
El puño del bosque, demostrado en el pésimo dibujo al dorso de la hoja, cuyo autor prefiere mantener el anonimato (quizás más por vergüenza que por misticismo artístico), me engatusó de tal manera que prefijó mis intenciones de una manera abismal. Eso más o menos se distingue en la imagen… pero de verdad, qué mala que es esa ilustración. En fin, intentaba explicar con qué dote salvaje, clásico en su especie, la arboleda me habló de dioses y de arena, de raíces y de momentos. Quizás fue el miedo lo que me llevaba a dudar de su propuesta: la de unirme a ellos y hacer la sacra conversión, con su inevitable comunión, al arbolismo; término un poco indeciso, y si no eso confuso. Sencillamente, se trataba de hacerme árbol.
Pero como quizás he dicho antes, la manipulación era tal que estas dudas eran simplemente ráfagas de pensamientos instintivos, o esa llamada “conciencia”, o segundas opiniones volátiles que yo sabía eran inconsecuentes.
Al cabo de unos mates, que sólo yo tomé (porque, ¿cuándo se escuchó hablar de árboles que toman mate?), les di la mirada de las pocas palabras, el sí implícito, el reconocimiento de la transición, el fin de lo inevitable, o el principio de lo otro.
La metamorfosis, altamente cinematográfica, es lenta y placentera. Se trata, sin más, de hacerse uno con la tierra. Se siente como tomar agua y que esa agua se materialice dentro del cuerpo y chorree para afuera, por los poros o algo. Sería comparable con el tópico de los dibujos animados en el que un personaje es disparado muchas veces y que, pareciendo salir intacto, bebe líquidos que luego salen de diversos agujeros que las balas perforaron en su persona (quizás este último término no sea el más apropiado dado que gran cantidad de los dibujos animados son animales). De todos modos, de agujeros se hizo mi cuerpo y de ellos sale mi forma y mi materia, y se escabulle en la tierra alejándose de mí como un hilo de lana de un suéter. Y se lleva mi ser, o mis seres, pero sin desprenderse de mí sino haciéndome más amplio, dejándome distribuido en trenzas por aquí y por allá, imagen pictográfica obvia: las raíces de un árbol. Y así todos mis átomos, ¡los míos propios!, son los átomos de todo lo que me rodea, mientras yo absorbo lo que me rodea también me convierto en aquello; me rodea mí futuro, mientras mi presente es lo que me solía rodear.
Pero es todo muy honesto, y muy espiritual. Poco sabía yo que el proceso tardaría años. Tarda todos los años, los siglos. Fíjate que ya pasado toda una vida y todavía no ha acabado. Solamente soy medio árbol, más o menos… y dicen que la segunda mitad es más larga que la primera.

viernes, 29 de septiembre de 2006

volando con el interné

Aves que vuelan y no vuelven,
A veces las veo y no vuelven.
Como el rostro apartado
que no vuelve.

El que se sienta en el
pasto no vuelve.
El que se lanza al
abismo no vuelve.

Y es tan así, caballeros,
así es tanto.


--.-.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Próximamente, aunque

sin ninguna promesa, sin besarme el dedo en ninguna dirección, sin firmar con sangre; sin cruzarme el corazón y desear la muerte (ni nada remotamente cerca, asique repriman cualquier preocupación ya que, aclaro, mi instinto suicida, si existe tal cosa, está absolutamente bajo contrlo). Sin comprometerme a ningún otro tipo de contrato arcaico/patológico, es mi placer informarles que, citando las letras grandes y verdes que los no dislexicos o, para ser mucho más agradables y muchísimo menos ignorantes en el área pertinente a la dislexia, los ponjas en período de transición, ya deben haber leído:

Próximamente: Mikel consigue penetrar la precaria piel de su apartamento con la jeringa del denominado internet. El proceso espera ser intravenoso y algunos sospechan que contraerá una serie de efectos muy análogos a los de la droga y su consecuente drogadicción.

Atte.
Elsano Juico
gerente general de toda esta porquería

domingo, 3 de septiembre de 2006

algo que le escribi a Mili el cinco de marzo del dos mil cinco

Iba uno con su sombra, temblando estaba aquella oscuridad pero el cuerpo quieto.el cuerpo dormía. Iba otro con el viento pero su alrededor era un estático.era una tranquilidad absoluta.perenne. Iba una flor que brillaba en el otoño y moría en la primavera. Iba una nube por sí sola, volando con absoluta libertad, rodeando y formando parte de un escobillón de personas que tropezaban las calles de una ciudad. Iban los pasados y los traspasados, las historias, los cuentos, las barbas largas y los bastones. Se sentía la presencia de una gama más amplia de colores, o una gama más amplia de verdades. Se sentía la presencia de las raíces de un primer árbol. Se sentía en la tierra el movimiento del mundo, girando con gracia, se sentía en la tierra una mujer bailando, una mujer escurridiza, una mujer dando las vueltas más apasionadas.girando. Y en el fondo alguien silbaba, sin confundirse una sola vez.

miércoles, 30 de agosto de 2006

Tales sitaciones en tal momento d.C. más o menos alrededor de la época del Niño, La Escuela de Platón y Los Fieles de Cristo

Algunos hablaban del Académico con ese humor oscurecido característico de sus emociones. Entregando la energía adecuada, El Niño solía repudiar a los agresores con cuentos de magos y de sabidurías celestiales. Los Escépticos escuchaban los decibelios disminuir en comparación a las humillaciones respectivas, miraban de reojo al Niño sin dejarse asustar y algunos atinaban a recordar a Cristo, enumerando fielmente los milagros con los que el iluminado asombraba a Los Judíos.
Cuando El Niño escuchaba a Los Fieles de Cristo, melodeaba con los ojos y corregía la cabeza para un lado y consecuentemente para el otro. Los Fieles de Cristo, inmutados sus pensamientos, solamente se miraban entre sí acotando burlas y bromas siniestras.
El Académico reunía a la Escuela de Platón para actualizarlos en los acontecimientos, y ellos en cambio se asomaban por la nostálgica ventana del pasado a aquellas épocas Paganas que nunca llegaron a conocer, cuando el propósito se diversificaba y las ideas admitían riesgo y exitación.
El Niño no se permitía pérdidas, y sólo pensaba en reinar, sus propósitos claros únicamente para él, sus acciones definidas únicamente por sus propósitos; su popularidad creciendo por la novedad de sus acciones. Su autoestima en un declive aliatiorio a dichos rótulos.
Los Humanos, indiferentes a la mayoría de las transiciones, solamente querían ver el agua sucia, con el que lograban tragar los míseros alimentos, convertirse en vino.

lunes, 21 de agosto de 2006

Entra el capitán a su humilde morada. Morado el humilde ojo que todavía mira, el que controla su visión desde su aposento en la mitad siniestra de su cabeza. Morado de tanto observar, de tanto ser golpeado. El capitán se quita los zapatos, cuyo lustre ya no puede costear, y luego hace lo mismo con los calcetines. Hechando un segundo vistazo a la sala de estar, nota que su sillón ha desaparecido. "¿De dónde saca un bribón la inercia de afanarse un sillón?" se pregunta el capitán.
Del otro lado de la habitación descansa el canino. como siempre.

jueves, 10 de agosto de 2006

si pudiera meterme

dentro de la cabeza de cualquiera de estos tailandeses...

martes, 18 de julio de 2006

Los napolitanos

Los napolitanos andan como locos en sus ciclomotores. Pero no es su culpa, sus motitos tienen vida propia y a veces una piensa quién serà màs domado, el que doma o el que no.

domingo, 25 de junio de 2006

en orden cronológico

las fotos son pésimas






































viernes, 12 de mayo de 2006

Pero nunca me hubiera imaginado plagiándolo

“*****…pero nunca me hubiera imaginado plagiándolo.”
Mikel Aboitiz y Aboitiz
Terrassa, once de mayo del dos mil seis.

Dentro de diez años pasó algo muy fuera de lo común:
José Luis no encontraba su lapicero favorito. No lo buscó entre los demás lapiceros porque ya sabía que era un acto frustrado, quizás no frustrado pero sí simbólico; José Luis sabía que nunca hubiera guardado su lapicero favorito junto con los demás, jamás. José Luis también sabía que no le gustaban los actos simbólicos. Si José Luis lo hubiera pensado, se hubiera dado cuenta de que su lapicero favorito probablemente nunca tuvo contacto físico con los demás lapiceros. Jamás. Y después, o quizás antes, pasaría a entender que nunca había escrito palabra alguna con un lapicero que no fuera el favorito. Y ahora cambio de favorito a preferido y, eventualmente, a distinguido, pasando por expresiones como Número Uno, exclusivo y, dependiendo de mi humor, quizás llegaré a V.I.P. (Very Important Pen). Entonces, suponiendo que José Luis hubiera estado reflexionando sobre asuntos del índole subrayado anteriormente, algo que jamás ocurrió, probablemente hubiera llegado a analizar los muy variados hechos, quizás vinculados, correspondientes al manejo de su lapicero preferido en contraste con el manejo de otros lapiceros; además de las maneras y usos de ese manejo. Y esto lo digo por dos razones, la primera (Las Maneras) corresponde a que José Luis tenía un estilo muy propio (y muy bestia, dicho sea de paso) de sostener su lapicero. Usaba los cinco dedos, el índice, el medio y el anular iban de un lado del lapicero, el pulgar y el meñique iban, muy dubitativos, del otro lado. No lo puedo explicar con precisión pero de todas maneras no importa. La cuestión es que lo agarraba mal, dicho crudamente, parecido a la manera en que los niños aprenden a agarrarlo. Hay un período largo de agarrarlo mal y de ahí se pasa a agarrarlo bien. Pero José Luis nada sabría de esto, puesto que nunca fue niño. La segunda (Los Usos) se refiere a que José Luis usaba el lapicero para muy pocas cosas:

Los Usos del Lapicero Preferido de José Luis
(el orden de cualquier tipo, salvado el azar, es nulo)

Escribir sus nombres y apellidos.
Anotar sus iniciales.
Hacer espirales.
Dibujar aviones.
Comentar en el margen de los libros.
Tachar.

Tras verificar todos los datos, aquellos que en este momento no puedo inventar, José Luis seguramente se hubiera sugerido que su relación, tanto con su lapicero número uno como con la abundante literatura que aguaba e inundaba (siempre con placer) sus días, una relación muy excéntrica, era digna de conmemorar, de documentar, de analizar. Se hubiera sugerido posibilidades, actitudes, estilos, palabras. Su lapicero Único-en-su-estilo tenía una fuerza, algo especial. O así lo veía, o así lo hubiera visto, José Luis.
Pero José Luis nunca pensó estas cosas, ni siquiera cuando buscaba como loco su lapicero exclusivo. Tan solo llegó a cuestionar los motivos involucrados a la existencia de otros (¡y tantos!) lapiceros en su escritorio. Quizás lo hubiera pensado al encontrar su lapicero, al ser devuelto a la realidad en donde su lapicero favorito ocupa la mayoría de su vida, porque leer sin su lapicero favorito no era leer. Pero José Luis nunca volvió a esa realidad puesto que jamás encontró su lapicero preferido. Su lectura y su vida en pausa para siempre, lo único que este hombre desesperado quería era encontrar ese maldito lapicero. Y sabía que era un acto (esta vez sí) frustrado, (pero para) nada simbólico. Jamás lo encontró.*

*Y ahí esta, lo que le hubiera pasado y todo lo que no le pasó y todo lo que pasó dentro de diez años. Aprovechando un subidón de buen (aunque eso tendrá que ser evaluado por Uds.) humor, menciono que el M.I.L. (Muy Importante Lapicero)** estaba escondido en la pila de los demás lapiceros. Este destino, altamente vandálico, lo fijó su hermana, Julieta, para joder.

**Admito que cuando sugerí tal expresión (aunque en inglés) no pensaba usarla.***

***También admito que al empezar esto no me hubiera imaginado describiendo el lapicero favorito de José Luis como un “maldito lapicero”.****

****Y si estamos en una sesión de culpas y culpables, admito tambíen que me entusiasmó mucho la técnica de Cortázar modelo escalinata/infinito de las notas al pie con estrellitas, las del cielo, el de las rayuelas, las de tiza, la de polvo, el de estrella, y así sucesivamente…*****

*****…pero nunca me hubiera imaginado plagiándolo.

11.V . 8:58 p.m.

miércoles, 10 de mayo de 2006

jueves, 4 de mayo de 2006

walterlane60127381 dijo...


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3:14 AM

lunes, 1 de mayo de 2006

hasta qué punto estoy metido en algo que no entiendo

hasta la nuca.hasta una línea imaginaria que se forma justo debajo de mi dos anos nasales.aros anales.

respiro y como y cago y duermo.

!y cómo cago! por el ano bisiesto. bisiesto, dos siestos, dos siestas y duermo y despues al ñoba.pero no va,tiro la cadena y no va nada,no nada.mi mierda no nada porque no cae el agua que debería caer,para llevarse esos pedazos de mí lo mas lejos posible

jueves, 13 de abril de 2006

II

de girondo luces que cuando se apagan nos dejan todavía más solos
de tom robbins who knows how to make love stay?
de pearl jam push me, pull me
de nick cave the bells in the chapel go jingle jangle jingle jangle (the coins in my pocket go) jingle jangle jingle jangle
de calamaro no pienso estar enero en pinamar no me excita cagar en el mar
de sumo sería bueno que pidieras que la tierra se mueva hasta que choque china con africa
de intoxicados nena quisiera volver a casa solo para ver al perro volver a casa
de vonnegut this is what an asshole looks like *
de nirvana grandma take me home
de lennon bed peace hair peace
de lenin you look for the person you will benefit and.. um..you know..
de stalin una muerte es una tragedia mil muertes una estadistica
de calamaro no miraste bien en tus espejos retrovisores
de white stripes dead leaves and a dirty ground when i know you're not around
de los brujos un gato me llevo al antirabico y me mordió
de la velvet who loves the sun?
de doris al dintel blanco de mi ventana una paloma se vino a posar
de lou reed and the colored girls go du du du
de sumo soltate el brillo solta la belleza de tu pelo con welapon
de zappa peaches en regalia
de los pixies where is my mind? way out in the water see it swimming
de girondo

CAMPO NUESTRO

Este campo fue mar
de sal y espuma.
Hoy oleaje de ovejas,
voz de avena.

Más que tierra eres cielo,
campo nuestro.
Puro cielo sereno...
Puro cielo.

¿De tu origen marino no conservas
más caracol que el nido del hornero?

No olvides que el azar hinchó sus velas
y a través de otra mar dio en tus riberas.

Ante el sobrio semblante de tus llanos
se arrancó la golilla el castellano.

Tienes, campo, los huesos que mereces:
grandes vértebras simples e inocentes,
tibias rudimentarias,
informes maxilares que atestiguan
tu vida milenaria;
y sin embargo, campo, no se advierte
ni una arruga en tu frente.

Ya sólo es un silencio emocionado
tu herbosa voz de mar desagotado.

¡Qué cordial es la mano de este campo!

Sobre tu tersa palma distendida
¡quién pudiese rastrear alguna huella
que revelara el rumbo de su vida!

Tus mismos cardos, campo, se estremecen
al presentir la aurora que mereces.

Une al don de tu pan y de tu mano
el de darle candor a nuestro canto.

¿Oyes, campo, ese ritmo?
¡Si fuera el mío!...
sin vocablos ni voz te expresaría
al galope tendido.

Estas pobres palabras
¡qué mal te quedan!
Pero qué quieres, campo,
no soy caballo
y jamás las diría
si tú me oyeras.

Por algo ante el apremio de nombrarte
he preferido siempre galoparte.

Ritmo, calma, silencio, lejanía...
hasta volverte, campo, melodía.

Sólo el viento merece acompañarte.

¿No podrá ni mentarse tu presencia
sin que te duela, campo, la modestia?

Eres tan claro y limpio y sin dobleces
que el vuelo de una nube te ensombrece.

¡Hasta las sombras, campo, no dan nunca
ni el más leve traspiés en tu llanura!

¿Cómo lograste, campo tan benigno,
asistir a los cruentos cataclismos
que describen tus nubes
y ver morir flameantes continentes,
inaugurarse mares,
donde jóvenes islas recalaban
en bahías de fuego,
con el vivo y remoto dramatismo
que recuerdan tus cielos?

Al galoparte, campo, te he sentido
cada vez menos campo y más latido.

Tenso y redondo y manso,
como un grávido vientre
virgen campo yacente.

Sin rubores, ni gestos excesivos,
—acaso un poco triste y resignada—
con el mismo candor que usan tus chinas
y reprimiendo, campo, su ternura,
—más allá del bañado, entre las parvas—
se te entrega la tarde ensimismada.

Pasan las nubes, pasan
—¿Quién las arrea?—
tobianas, malacaras,
overas, bayas;
pero toditas llevan,
campo, tu marca.

Dime, campo tendido cara al cielo,
¿esas nubes son hijas de tu sueño?...

¡Cómo no han de llorarte las tropillas
de tus nubes tordillas
al otear, desde el cielo, esas praderas
y sentir la nostalgia de sus yerbas!

Lo que prefiero, campo, es tu llaneza.

Ya sé que tierra adentro eres de piedra,
como también de piedra son tus cielos,
y hasta esas pobres sombras que se hospedan
en tus valles de piedra;
pero al pensarte, campo, sólo veo,
en vez de esas quebradas minerales
donde espectros de muías se alimentan
con las más tiernas piedras,
una inmensa llanura de silencio,
que abanican, con calma, tus haciendas.

En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
peto jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.

Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mi más remota prehistoria.

Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.

Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.

Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.

Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.

Siempre volvemos, campo,
de tus tardes con un lucero humeante...
entre los labios.

Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.

Me llamaste, otra vez, con voz de madre
y en tu silencio sólo hallé una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.

Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacito, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.

Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.

Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.

Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.

Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.

Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.

Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.

Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?

Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.

A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.

“No eres más que una vaca —dije un día—
con un millón de ubres maternales”...
sin recordar —¡perdona!— que enarbolas
entre el lírico arranque de tus cuernos
un gran nido de hornero.

“Si no tiene relieve, ni contornos.
Nada que lo limite, que lo encuadre;
allí... a las cansadas, un arroyo,
quizás una lomada...”
seguirán —¡perdonadlos!— murmurando,
aunque tu inmensa nada lo sea todo.

Comprendo, campo adusto, que sonrías
cuando sólo te habitan las espigas.

Aunque no sueñen más que en esquilmarte
e ignoren el sabor de tus raíces,
el rumbo de tus pájaros,
nunca te niegues, pampa, a abrir los brazos.
Has de ser para todos campo santo.

Al verte cada vez más cultivado
olvidan que tenías piel de puma
y fuiste, hasta hace poco, campo bravo.

No te me quejes, campo desollado.
Cubierto de rasguños y de espinas
—después de costalar entre tus cardos—
anduve yo también desamparado,
con un dolor caballo en las costillas.

Recuerda que tus nubes se desangran
sin decir, campo macho, ni palabra.

Son tan grandes tus noches, que avergüenzan.

Si los grillos dejasen de apretarle
una sola clavija a tu silencio,
¿alcanzarías, campo, el delirante
y agudo diapasón de las estrellas?

Hasta la oscura voz de tus pantanos
da fervor a tu sacro canto llano.

¡Qué buenos confesores son tus sapos!

Nada logra expresar, campo nocturno,
tu inmensa soledad desamparada
como el presentimiento que ensombrece
el insomne mugir de tus manadas.

Vierte, campo, sin tregua, en nuestras
venas la destilada luz de tus estrellas.

Tu santa luna, campo solitario,
convierte nuestro pecho en un hostiario.

Déjanos comulgar con tu llanura...
Danos, campo eucarístico, tu luna.

¿A qué sabrán tus pastos
cuando logren, por fin, domesticarte
y en vez de campo potro desbocado
te transformes en campo endomingado?

Cómo ríen tus sapos, tus maizales,
con dientes de potrillo,
del candor con que todas tus ciudades,
no bien salen del horno,
ya ostentan capiteles, frontispicios,
y arquitrabes postizos.

Sólo soportas, campo, los aleros
que aconsejan vivir como el hornero.

Te llevé de la mano
hacia aldeas y rutas patinadas
por leyendas doradas;
pero tú sonreías, campo niño,
y yo junto contigo...
siempre, siempre contigo
campo recién nacido.

Tantos viejos modales resobados
y tanta historia
con tantas mezquindades,
desde la ausencia, campo, musitaban
tus ingenuos yuyales.

—¡Qué tierras sin aliento! —balbuceabas—.
Sólo produce muertos...
grandes muertos insomnes y locuaces
que en vez de reposar y ser olvido
desertan de sus tumbas, vociferan,
en cada encrucijada,
en cada piedra.
Los míos, por lo menos, son modestos.
No incomodan a nadie.

Y el eco de tu voz, entre las ruinas:
“Dadle muerte a esos muertos”, repetía.

¿Dónde apoyarnos, campo?
¡Ni una piedra!
Nada que indique el rumbo de tus huellas.
Persiste, campo nada, en acercarnos
la ocasión de perdernos... o encontrarnos.

Gracias, campo, por ser tan despoblado
y limpito de muertos,
que admites arriesgar cualquier postura
sin pedirle permiso a los espectros.

Muchas gracias por crearnos una muerte
de tu mismo tamaño y tan perfecta
que no deja ni el rastro de una huella.

Y mil gracias por darnos la certeza
de poder galopar toda una vida
sin hallar otra muerte que la nuestra.

Con sólo descansar sobre tu suelo
ya nos sentimos, campo, en pleno cielo.

—”¿Y si en vez de ser campo fuera ausencia?”
—”En mí perduraría tu presencia.”

Espera, campo, espera.
No me llames.
¿Por qué esa voz tan negra,
campo madre?

—”¿Es tu silencio mar quien me reclama?”
—”Ven a dormir a orillas de mi calma.”

Tú que estás en los cielos, campo nuestro.
Ante ti se arrodilla mi silencio.

lunes, 3 de abril de 2006

Esperando a 1989

Prólogo del Editor

“Soy medio vidente. Todos los temas de Sumo, todos, desde el primero hasta el último, todos son predicciones. No lo hice a propósito. Yo hago todos los temas en el acto, por ahí hay algún estribillo que ya está. Las letras están hechas en el estudio, yo las hago mientras que estoy grabando, me las invento. Y nunca sé de qué carajo estoy hablando. Después al año, a los dos años, escucho y pasó exactamente lo mismo que había cantado.”
Luca Prodan
(17/5/953 – 22/12/987)

Siempre soñé con ser escritor, y con veinticinco años, una carrera de letras en España, algunos textos prematuros (pero que no poca gente había llegado a respetar), creía que podría llegar a ser bueno. Cuando me empecé a dar cuenta de que iba a terminar siendo editor, me sentí un poco defraudado.
Un día estaba sentado en un bar, tomando una cerveza y escribiendo un cuento. Siempre reconocí que tengo poco dominio del idioma y que no soy tan expresamente locuaz a la hora de redactar mis pensamientos. Pero siempre tuve la mente muy agitada y vagabunda, curiosa, algunas veces pedante, algunas veces dispersa, pero siempre vigilante. El texto que estaba trabajando hablaba de un hombre que, revisando entre cosas viejas en el altillo de su padre (q.e.p.d.), encuentra un baúl lleno de cuadernos llenos. Setenta, doscientos, trescientos cuadernos cargados de palabras. El hombre se sorprende ya que desconocía absolutamente esa dedicación que tenía su padre por la escritura. Abre uno y cuando intenta leer ve que no entiende nada de lo que dice. La caligrafía era paupérrima. No se entiende ni una palabra, ni una letra; garabatos lineales, mamarrachos separados en renglones que no cumplen la función básica de lo que es la escritura. Revisa otros cuadernos y en todos es igual. Con el tiempo se vuelve un poco loco y en una ocasión sale a la calle gritando con un ejemplar, tratando de obligar a que otra gente se lo lea. Entra desaforado a un café y un hombre se acerca y le habla, lo calma, le da de fumar. El hombre, ya bastante tranquilo, le explica lo que le pasa y el buen ciudadano mira los cuadernos. Ahí descansaba el cuento y sobre él mi lapicera. Sin saber cómo seguirlo, yo tomaba sorbos de cerveza. Pensé en la posibilidad de que el hombre sea dueño de una galería de arte y que piense que los cuadernos pueden tener gran valor artístico, pero eso no me entusiasmaba demasiado. De repente entra al bar un hombre eufórico, diciendo que había encontrado un baúl lleno de grabaciones que predecían el futuro. Inmediatamente me levanté y lo agarré del brazo, le di de beber, lo senté en una silla. Se calmó y me dijo que su padre era escritor pero que un accidente lo dejó incapaz de escribir y por eso había tenido que crear toda su obra oralmente. Era muy obstinado y había hecho miles de grabaciones, cuentos, poesía, varias novelas, críticas, de todo. Tenía un depósito con baúles y baúles de grabaciones. Su padre era el ya demasiado conocido R. T., y me estaba hablando de la ya demasiado conocida colección de grabaciones titulada Los discursos anacrónicos. Hoy cualquiera sabe de la magia tan sutil que expuso R. T. en esas grabaciones. De las referencias tan increíbles que hace a muchos de los textos más conocidos de años posteriores, esas que aisladas parecerían una sorprendente coincidencia; pero todas juntas, guardadas en esos baúles, son un gran chiste, un testimonio físico y metafísico de que las cosas no son como pensábamos. Pero eso es historia y poco importa ya. Esta es la publicación de una grabación inédita, una grabación extremadamente personal que guardé por muchos años, una grabación creada en el año 1987, en medio de una de las etapas más intensas de R. T., una grabación titulada Esperando a 1989. Es el ejemplar que R. T. (h) tenía en las manos cuando entró al bar. Me dio el grabador y rebobiné la cinta. Apreté el botón de Play y apareció esa voz que hoy me es tan conocida, esa voz oscura, trascendental, amplia; esa voz refinada, practicada, esa voz de oráculo, esa voz eterna, esa voz que aquél día de noviembre me cambió la vida, esa voz que jamás me dejó de hablar al oído; esa voz que me empezó a decir lo que hoy, en estas páginas, me decidí a compartir.
Mikel Aboitiz
Buenos Aires, 9/11/043

sábado, 1 de abril de 2006

martes, 21 de marzo de 2006

tres tristes tigres

uno en africa y dos en el zoologico de tokyo.

ninguno en el trigal.


el lobo estepario atado
el cordero de dios anda suelto

buscando timbuktu

como todo el mundo

x

cuento que me corte el dedo con el anillo que me regaló GINI.un tropezó un poco ebrio y se me enganchó con una reja, se me adentro en la carnicería como un mecánico se adentra en la carrocería.
una grocería.

cuatro puntillos de guardia y ahora estoy en los días sin hora y los antibioticos y las bendas y los movimientos toscos.estoy de baja en el trabajo pero como trabajo a comision no me la pagan,habia empezado a escalar,y la escultura esta en pausa.

te queda poco tiempo de uso...


un abrazo grande.a los cumpleañeros maiq y teode por sobre los demas

jueves, 19 de enero de 2006

Hoy.
De nuevo, hoy.
De nuevo.
El mismo nuevo hogar.
Dejar dulce hogar de nuevo.
De nuevo nueva vida.
Vida mía nueva.
Poco nueva.
Casi nueva.
De nuevo los lugares nuevos.
Envejecen.
Envejeciendo yo de nuevo.
De viejo.
De nuevo dejar lo viejo.
Los lugares comunes viejos.
No nuevos.
Anti nuevos.
Viejos, de nuevo.
De nuevo yendo
y viniendo de nuevo.