lunes, 27 de noviembre de 2006

la Dicotomía vs. el Final Del Cuento

En el parque la arena se dividía políticamente, en los charcos se veían los reflejos de un pasado, se salpicaba al cruzar, por más que no estuviera mojado, se salpicaba del reflejo de la urbe que se había dividido políticamente. ¡Hasta los pájaros se habían dividido políticamente! Un hombre de pelo oscuro cruzaba un charco y se salpicaba, miraba con desagrado la mancha del pasado y apretaba los dientes, sus recuerdos le dirían que no existía tal charco, que nunca lo habría cruzado. Se olía en el aire una división política que apestaba hasta en las tiendas de perfume. Los rosedales eran de un marrón caca que elevaba los vahos a círculos mayores, al escuchar la campana de los barcos que no hacían más que naufragar y escaparse. Cuando mi casa se dividió políticamente había una línea de tiza en el piso y las paredes e incluso sobre los cuadros, reflejo de mi seno familiar, tan pueril como los discursos de cualquier dirigente de cualquier organización sin importar su tamaño o tendencia cultural. Había como un zumbido general, la gente caminaba con al menos un ojo cerrado. Los perros al ladrar predicaban, bautizaban la ciudad y oraban la misa del domingo y, por extensión, la de todos los días. Casi todas las torres y las cúpulas ya hacía mucho habían sido derrumbadas. Habían visto su reflejo en el charco y con una unanimidad que asustaba se lanzaron al abismo, como si fueran lágrimas de un llanto; tan profundo como los túneles de los trenes subterráneos. La Dicotomía que, como todos los demás conceptos, aprovechaba la clausura, esta vez definitiva, de la circulación de metros, solía hacer los paseos del domingo y, por extensión, los de todos los días, por estos túneles. En la línea B, hace muy poco, se encontró con la Existencia, drogada como siempre y trescientos metros más adelante con la Pos-modernidad que estaba desarrollando una ceguera importante. La Dicotomía hacía trueques de víveres en la estación Liberaciones de la línea C. Hizo las escalas correspondientes, empujando su carrito, y llegó al mercado clandestino. Este concepto, sin duda, había perdido sentido, o al menos cobrado uno nuevo, y por más que la Clandestinidad haya cambiado de nombre, seguía siendo el mismo y creo que los demás le habían cogido cariño. En el mercado de la estación de Liberaciones, cuyo dirigente era la Canasta Básica Total, cambió unas zanahorias de su propia cosecha por un bidón de leche y unas latas de Corned Beef. No prestó atención a la fecha de vencimiento de las latas ya que indudablemente estarían caducadas. Sin embargo, esto no importaba. Las latas de Corned Beef se usaban como moneda y sólo un estúpido sería capaz de abrir una. Como perdido en un sueño que le sublevó totalmente, la Dicotomía soltó su carrito, que había hecho a medida para las vías del subterráneo. Más bien le dio un empujoncito, empujó su carrito con discreta fuerza y lo vio irse. Sus zanahorias, algún que otro ropaje, el libro que le había regalado la Religión (que nunca había llegado a terminar), las latas de Corned Beef (bien escondidas, claro), el bidón de leche, una fotografía; en fin, todo lo que le pertenecía a la Dicotomía se resbalaba por las vías de tren, y realmente parecía un tren. La autopropulsión que emanaba, la muy conveniente inclinación del túnel, un ruido como de piel de gallina, y se alejaba, adentrándose cada vez más a la oscuridad que se precipitaba en la lejanía como una puerta o un fin.Y luego de eso se marchó. Caminó por la línea F, llegando hasta su límite, la periferia de la ciudad. Allí en donde empiezan los túneles póstumos. Son túneles cavados por otros conceptos. En la zona del Real Sinfónico, en donde habitaba la Dicotomía, apenas se escuchaban rumores macabros sobre los póstumos. En la terminal de la línea F, la estación de Leyes y Oficios, se abría, claramente obrado a mano, un hueco; que igual da decir mil huecos. Porque indubitablemente ese hueco abriría otros, y estos varios más, y aquellos aún mas. Adentrándose, no pudo evitar notar cómo la luz disminuía trágicamente, inversamente proporcional al número de ratas, tanto muertas como vivas. La Dicotomía avanzó con pasos de vaquero, como enfundando o desenfundando algo. Entró en una taberna, todavía sin miedo, y concertó una partida de naipes con el Final Del Cuento.

jueves, 16 de noviembre de 2006

­­¿Cómo se miden las distancias? ¿En metros? ¿En yardas? ¿En pies? Pies descalzos con pintura en la planta de los pies. Los pies amargos, esos que caminan y con la pintura en la planta de los pies dejan su rastro descalzo, coloreado, dejan su pintura fresca y caminan sobre el mundo y miden las distancias en ese lienzo grande y geoide. Y por todos lados están estas marcas descalzas, estas huellas digitales descalzas y sin calzar, y todos los suelos son escenas de crímenes; esos crímenes descalzos que miden distancias y ponen su nombre criminal sobre los suelos, sobre los cielos. Quizás estas palabras buscaban llegar a los cielos. Quizás de eso se tratan estas prematuras palabras deseosas de levantarse a la mañana en esta noche descalza. Deseosas de destaparse porque de pronto ya no hace tanto frío, ni hace tanto sueño, ni hace tanta oscuridad. Mi noche se transforma en la mañana de mis palabras, las que toman café matutino en esta penumbra, las que hacen su desayuno con el amanecer chorreando por la ventana, y miran por la ventana y toman café y además desayunan. Claro que desayunan si son palabras. Mis palabras desayunan mirando el amanecer que miran por la ventana en mi hoja, en mi hoja nocturna. Esta hoja. Y volviendo a los cielos, volviendo atrás, muy atrás. Al paraíso perdido, al jardín eterno que al final no fue tan eterno. Al hombre y la mujer. Adán y Eva. Que en realidad no se llamaban así, se llamaban hombre y mujer y punto, eso es confuso porque nisiquiera se llamaban hombre y mujer, osea no se llamaban, ni por telefono ni por ningún lado porque eran solamente ellos dos y me imagino que andarían siempre juntos porque sino necesitarían nombres para llamarse. Los nombres y los apellidos no existían todavía porque estaban diseñados para que uno solamente le pueda hablar al otro, entonces no necesitaba ese rótulo amargo, ese clavo sobre la cabeza con un banderín que dice Adán o Eva. Eso de nombres era cosa de los animales. Adán y Eva no tenían nombre porque eran el único hombre y la única mujer. Pero estaban mal diseñados porque Eva solía hablarse a ella misma, sola, en voz alta pero sola, hablar sola, y como no tenían nombres no podía especificar que se dirigía a ella y a ella sola, que estaba hablando sola, en solitario, redundantemente solitario. Hubieron muchas confusiones pero la más trascendente fue cuando ella, Eva, Ella, tenía ganas de comer una manzana que tenía toda la pinta y entonces dijo, en voz alta, para afuera, pero en realidad era para adentro, era un mensaje de ida y vuelta. A Ella le gustaba soltar la información a través de palabras y dejar las palabras en el aire, para después agarrarlas de vuelta y metérselas en el cuerpo, para saborearlas enteras y entenderlas. Y este mensaje específico era qué pinta que tiene esa manzana, cométela. Si hubieran estado diseñados mejor, no sé si mejor, pero de otra manera, si hubieran estado diseñados de otra manera, quizás hubieran existido los nombres, entonces hubiera dicho qué pinta que tiene esa manzana, cométela, Eva. O algo así. Pero como no existían los nombres dijo qué pinta que tiene esa manzana, cométela. Y entonces el otro se comió la manzana. Y ellos iban descalzos, pero descalzos en serio. Iban descalzos por todo el cuerpo. Y nosotros no. Nosotros llevamos diseño y publicidad, llevamos hojas de las caídas, de las otoñales y caídas, llevamos hojas que nos tapan los órganos sexuales y arriba de eso un montón más de hojas. Y las hojas por lo general son espacios a rellenar, son lienzos con diferentes tipos de huella digital. Y estos espacios que nos tapan, estos lienzos llevan publicidad y logotipos y nombres de cosas y estilos propios y hay que pagar por estos espacios rellenados por otra gente, gente que quiere dinero y para tener dinero ponen sus nombres con formatos variados en diferentes envoltorios humanos y cuando tienen eso lo venden y así tienen dinero. Y nosotros los compramos porque sin ellos nos sentimos vacíos y desnudos, des nudos y des calzos por todo el cuerpo y la gente nos mira mal porque no fuimos capaces de pagarle a alguien para que nos envuelva con su nombre y a veces hasta con su apellido. Entonces tenemos nuestro nombre y nuestro apellido y además el nombre y el apellido de otra persona a la que le pagamos para que nos envuelva. Y a nosotros también nos gusta el dinero porque con ello podemos comprar los envoltorios y así sentirnos mas completos y mas calzados. Por eso en vez de mostrar nuestro cuerpito y nuestro culito que es el mismo que tenemos desde que nuestra madre nos parió, en vez de eso nos dejamos dibujar y pintar y escribir. Dejamos que nuestro cuerpo sea un cuaderno en donde otros puedan dejar su rastro y su huella digital como se hace con el suelo y con los crímenes. Y entonces hay crímenes y pintura fresca por nuestros cuerpos además de por el piso. El piso que pisamos, con nuestros pies y con nuestros cuerpos. Aquí están los cuadros, el arte, el harte, con hache, hartarte del arte, ¿cómo se harta uno del arte? ¡Me harté! Enamorarte, Reciclarte, ¡que juegos de palabras más interesantes! Les brota originalidad por los poros y seguro que con eso vendemos de todo, a la gente le gustan los juegos de palabras y más aún cuando tienen la palabra arte por ahí metida. Pero no estoy harto de verdad, mis palabras hoy parecen haberse despertado de mal humor pero permítame intervenir. Si puedo. No veo cómo mis palabras me lo van a permitir porque dan patadas en la hoja, miran por la ventana en mi hoja y dan patadas en la hoja al amanecer. Dan patadas y hacen muecas y gestos de incendio. Pero yo estoy calmado. Yo trato de tranquilizarlas. Ellas que quieren hartarse, que quieren dejarlo todo, que quieren pero no pueden. Que en realidad no quieren porque yo las conozco y en realidad no quieren, ni pueden. Por ahí sí pueden pero no quieren. Así que no pueden. Y no lo harán. Pero qué molestas que están. El desayuno no les sienta bien porque lo único que quieren es emborracharse. Quieren que llegue la noche pero apenas es la mañana, o sea el final de la noche, el otro lado de la noche, el otro lado de la luna, el otro lado del lado oscuro de la luna. Y me miran de este lado de la hoja y saben que acá por lo del cambio de hora es de noche y tratan de no mirar y alejan la mirada, sacan los ojos por la ventana en donde está el amanecer. Pero mis palabras tienen ojos atrás de sus amorfas cabezas y me miran igual. Y con estas ganas de hartarse me escupen estas tonterías en donde somos adefesios envueltos en mierda y hay etiquetas que dicen arte por todos lados. “Arte por todos lados”. Y son huellas digitales de nosotros o sea son nosotros, estos mierdas somos nosotros pero yo no me la creo. Y mis palabras tampoco se la creen pero ¡qué enojadas parecen estar! Y siguen así tomando café cuando quieren cerveza, o whisky o vino o cualquier cosa con alcohol. Champagne, vino groseramente espumeante, pordió. Desayunando y mirando el marco de la ventana o un rincón del cuarto en donde todavía no ha caminado el sol y miran ese rincón deseando que sea todo como ese rincón, que sea oscuro como ese rincón porque con toda esta luz no se puede ni ver. Y con los ojos atrás de sus cabezas me miran a mí y la bombilla de luz que cuelga del techo como un pendiente y desearían estar acá para poder apagar esa luz y no ver nada, o sea ver todo. O sea ¿quién las entiende?