lunes, 31 de diciembre de 2007

Volando con el interné (tercera entrega) o A quién no le gustaría ser un indio en tanga que se lo morfó a Magallanes

Bueno, las cosas andan de a tres, no hace falta venir a decirlo. Pero lo hacemos igual.

Aprovechemos que estamos acá en este lado del mundo para ver las estrellas que son diferentes, algunas, no tanto las Tres Marías que siguen ahí porque sino rompemo todo. Y para usar internet, y para decir cosas a través de internet. Y para usar la palabra: internet.

Algunas observaciones, para reirnos un poco de nuestro diccionario:
La segunda entrega de este vuelo habría sido imposible en el año 2001. No sólo porque la Real Academia Española no tenía un diccionario virtual ese año, sino también porque la palabra misma no tenía una entrada en el diccionario. How´s that for una lengua conservadora?

Y tres que sí que estaban en el 2001, y en el 1901, y en el 1801 y no sé cuantó más atrás podés ir. No me soprendería que hayan estado igualitas en la primera edición de 1715 (formación profesional a saco).

reconquista.
1. f. Acción y efecto de reconquistar.
2. f. por antonom. Recuperación del territorio español invadido por los musulmanes y cuya culminación fue la toma de Granada en 1492.
ORTOGR. Escr. con may. inicial.

someone didn´t go to his clase de historia... or had a hard time entendiendo

una que le gusta a Fabri:

mundo.
(Del lat. mundus, y este calco del gr. κόσμος).
1. m. Conjunto de todas las cosas creadas. (¿por quién?)

por dios!
(Del lat. deus).
1. m. Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.
ORTOGR. Escr. con may. inicial.

Esa última no está mal supongo, aunque de repente pasó de crear el mundo a crear el universo. Esta quizá sí la cambiaron con el tiempo, seguro que antes decía Ser supremo que te va a mandar al infierno si no hacés lo que te decimos.

Estéticamente, es muy divertido el punto de vista de nuestro amigo que Cortaba al azar; dijo lo que ahora todos repiten, que el diccionario es un cementerio de palabras. Me lo imagino como la página de avisos fúnebres.

Requiescat In Pace mis amores, feliz natividad y un fósforo baño nuevo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Volando con el interné (segunda entrega)

internet.

1. amb. Red informática mundial, descentralizada, formada por la conexión directa entre computadoras u ordenadores mediante un protocolo especial de comunicación.


ORTOGR. Escr. t. con may. inicial.



Bueno al parecer vuelvo a dormir y cagar en una casa conectada con las demás casas y cabezas de personas. Internet es una palabra que... bueno... ya saben.
Acabo de encontrar un borrador para un post que la verdad no me acuerdo haberlo escrito. Por la fecha (seis de agosto) es de Buenos Aires. Mirá lo que dice:

De las ocho personas que hay sólo a uno le duele el estómago. A tres les duele el ojo. A dos les duele la parte de atrás del cuello. Hay algunos que a la parte de atrás del cuello la llaman la nuca. Yo la llamo el pezcuezo. Las dos son erradas pero igual da. A mí me duele la silla. Tengo la silla toda revuelta, debe ser por el bife que me comí. Estaba medio podrido. Cuatro sospechan que esto no es literatura. Eso es la mitad. A cinco les duele el alma. Hay tres que mienten o que murieron cuando se inventó la rueda. Hay uno que inventó la rueda, posta. Yo intento distraerme pero me duele tanto la silla, ese dolor punzante de silla

Hoy recibí una carta del Vaticano. De un amigo italiano que es espía del Vaticano y estuvo acá en Barcelona en una misión haciéndose pasar por un alumno de letras de treinta y tres años haciendo un Erasmus (intercambio universitario internacional) en Barcelona. Estuvo como tres o cuatro meses viviendo en casa. Y después se volvió a Italia y ahora me mandó la carta esta. Lo gracioso es que la carta no me la mandó por correo normal sino por la Posta Miracolosa que es un servicio divino de correo en el que te lo escriben en tu máquina de escribir. Es difícil de explicar (los milagros lo son), pero yo llegué a casa y estaba la carta para nosotros escrita en la máquina de escribir del living. Estoy tratando de evitar esa horrible redundancia que escribo al escribir pero no se me ocurre ninguna palabra que no quede forzada. Bueno, nada, cuestión que hoy fui testigo de un milagro. Mirá el milagro:

¡Hola chicos! Soy Giuseppe
En este momento no hay nadie en casa. Lo quise así para que no os asustarais. Como veréis soy magia, es mi espíritu el que escribe esta carta, mi espíritu que quedó en su casa.
Es realmente cojonudo ver cómo se aprietan solas las teclas de la máquina, alguna vez os lo mostraré.
Les escribo para comentaros que estoy bien, ya estoy de vuelta en el Vaticano. Me hicieron una fiesta de bienvenida que estuvo super guay.
Ahora me quieren enviar en otra misión pero yo les dije que me quiero quedar un rato aquí porque tengo ganas de follar con las monjas y tomar un poco de la sangre de Cristo. La bebida no “bendecida” es un rollo, no coloca niente.
Anoche tuve un sueño y estabais todos allí. Pero también estaban todos los del Vaticano y no sé, ese sentimiento extraño de que se unen dos mundos; uno piensa que todo va a explotar. Hablando de explosiones; un chisme.
Acá en el Vaticano están preparando una guerra mundial pero los cabrones juegan con los trucos de magia y los milagros así que van a hacer que todo el mundo cague fuego. Será una pasada.
Lo de los milagros es todo verdad y podemos hacer cualquier cosa que queramos lo cual es muy divertido. Como esta carta que los va a dejar flipando, o ni se lo van a creer.

Bueno mejor me voy antes de que me encuentren diciéndoles todos estos secretos. ¿Vosotros cómo estáis? Miguel, ¿ya se te curó la infección que te salió en el pene de tanto follar con taxi-boys? Como te prometí, no le conté eso a nadie.

Bueno, ahora sí que me largo, están pasando Friends por la tele. Ese programa a veces me recuerda a nuestra vida juntos en Barcelona. Todos muy amigos y muy guays viviendo juntos.

Saludos a todos, decidle a Nacho que no cambie nunca, nunca.
Nos veremos en el Último Día (ya falta poco)

besitos en la cola,
G.

PD: En realidad sé castellano, me hacía el que no para poder escuchar sus conversaciones. Y también para irritaros un poco. ¡Sopencos!

Se nota que vivió con un argentino por algunos errores en la conjugación de la segunda persona de plural (que corregí) y también por algunas palabras o expresiones. Ah y Miguel es mi compañero de piso, no soy yo... yo no me cojo a taxi-boys, posta.

Es gracioso que haya mencionado ese sueño porque justo anoche yo tuve un sueño larguísimo en el que también se me unían los mundos en una fiesta rarísima, en donde estaba toda la gente que conocía; de Buenos Aires, de acá y también familiares de Filipinas. Era como un festival, y era en todos lados, en un momento estaba en la casa de Benja, en otro en la de mi primo en Cebú, y todos se conocían entre ellos. Y era como un parque temático y las atracciones eran como pequeños sueños. Me acuerdo de uno que te metías en como un cuarto de madera bien chiquito y de repente se abría el piso y tratabas de agarrarte de las paredes y no podías y te caías y era divertido. En ese me metí varias veces. Era consciente de que las atracciones eran sueños de verdad, entonces cuando me metía ahí sabía que estaba soñando. Pero después salía y ya no lo podía saber más, era la vida real; el festival este con toda la gente que conocía. Fue muy largo, cuando me sonó el despertador para ir a clase me volví a dormir porque no me lo podía perder.

Estuve todo el día cantando The Saddest Song de Morphine, que también es una segunda entrega en este blog, (cuando termines de leer yo ya no voy a estar más):

On my first day back, my first day back in town
My first day, first day back in town.
The clouds up above, they were hummin our song
hummin, hummin our song.

My biggest fear is if i let you go
You'll come and get me in my sleep.
My biggest fear is if i let you go
You'll come and get me in my sleep.

Come and get me.

I set my course, sail away from shore
Steady, steady as she goes.
A crash in the night, two worlds collide
and when two worlds collide, no one survives,
No one survives.


And the reddest of reds, bluest of blues
The saddest of songs i sing for you
And my biggest fear is if i let you go
You'll come and get me in my sleep.
Come and get me,
Come and get me in my sleep.

lunes, 26 de noviembre de 2007

chiste que me invertebré

PRIMER ACTO: (copete) Un artista de vanguardias se murió congelado esta mañana en el norte de Groenlandia.

SEGUNDO ACTO: (copate con el link) Alguien Grosso hizo ésto en el Polo Norte. No se murió pero seguro se cagó de frío. Al re pedo.

S. TERCERO A. Cto.: Un cavernícola de vanguardias se gasta todos los ahorros de la hipoteca en pinturas para dedicarse al arte rupestre. Su mujer lo caga a piñas y lo echa de la cueva. Muere congelado.

¿Cómo se llama la obra? Dos noches con tu vieja (ya no es lo que era) No, mentira se llama así: Helarte por el arte.


este blog sufre lo mismo que sufren los precios de vivienda en Japón, Macaulay Culkin, la Real Academia Española, Occidente, y este blog de mierda.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Cese, sede C. Rapidito para rompate the ice, (¿se escribe ice o eyes?)

CCC
o sé sé sé
o quizá seh seh seh
y sino tres cientos

primer ciento: El ciento por ciento. Hoy sentí que la tierra giraba al ciento por ciento.
Sinopsis: ocho amigos embriagados se pelean a muerte, música de fondo: CCCP (prodigiosa banda italiana. Escuchar.)

segundo ciento:
-¡Don Segundo, no consiento que me trate usted así!
-Calláte putita, ¿o me vas a decir que por dos cientos no me la chupás?

puntos suspensivos, quizá algún chiste de segunda sombra.

tercer ciento: Guión para peli de sci-fi recuperado entre los apuntes de la Poética de Aristóteles. Es el año tres cientos d.C., (CCC dC, eh... Números romanos, guys) la tierra es invadida por tres cientos niños-Jesús. Quieren leche de la teta de una virgen (jodido), galletas, y un poco de paz mundial. Trama paralela, un científico loco (protagonizado por Hugo Chávez), sospecha de una conspiración divina que se esconde detrás del número tres. Christus, Christus, Christus. Evidencias: Colón (protagonista del Peor Genocidio de la Historia de la Humanidad), tardó 33 días en llegar a América, el número pi empieza en 3, etc. Cantito popular en el interludio: Colón Colón (Colón) ¡Qué grande sos!

miércoles, 8 de agosto de 2007

Cuando Sartre era chiquito no me odiaba tanto

Antes de salir me acuerdo de olvidar las llaves. Miro a los ojos a una especie de cómoda que hay al lado de la puerta. Miro la puerta. Entonces, la maniobra es difícil, tengo que dejar las llaves, abrir la puerta y cerrarla antes de acordarme que no tengo las llaves, que las llaves las dejé en esa especie de mesita. No me puedo distraer ni con la mesita ni con la puerta ni con las fotos que hay enmarcadas. Las fotos que hay enmarcadas son de momentos, ninguna es del momento ese en el que estoy, estoy saliendo de mi casa. Tengo una bufanda en derredor al cuello, la camisa celeste medio oscura. Las llaves las pongo sobre la mesa, con el llavero que en realidad era un enchufe que me pareció divertido convertir en llavero. En realidad está todo ahí, la información y la puesta en escena. Porque si fuera tan necesario salir de casa con las llaves me las ataría al cuello, pero en vez me ato al cuello un par de botones que me regaló una chica en una mercería creo que porque yo era el único hombre que entraba ahí desde que se le rompió una lámpara y tuvo que venir un tipo a arreglarla. Entonces, tengo las llaves en la mano y miro la puerta y eso no me hace acordar a nada, no me hace acordar a agarrar las llaves ni nada. Porque miro el llavero que es un enchufe y es casi como un fotomontaje porque ya estoy mirando un enchufe que hay en la pared, con una lámpara. Ya es de noche, la lámpara está prendida y entonces los pasos son apagar la lámpara, salir de casa. Miro las fotos de vuelta, deben ser unas cuatro o cinco fotos. Yo salgo en dos de ellas. Entonces estoy a punto de salir de casa, tengo las llaves, voy a apagar la luz, tengo la bufanda. Pienso en que voy a llamar el ascensor antes de terminar de salir para ahorrar tiempo. Eso me lo enseño un amigo más grande que yo cuando yo era más chico que yo. Todo eso. Abrís la puerta, llamás el ascensor, pero la puerta la dejás abierta. No la cerrás hasta que estés vos afuera, el ascensor afuera, alineado a vos, mirándote a los ojos. Pero ahora estoy adentro, hasta ahora tengo las llaves, tengo la bufanda. Si tuviera que sacar la basura tendría la basura pero la basura está casi vacía porque anoche vino Ana y me limpió todo el departamento. Yo le decía que no, que vuelva a la cama pero ella está loca. Ana sale en una de las fotos que están en la especie de cómoda que hay al lado de la puerta. Hay una foto en la que no sale nadie. A veces viene gente y me dice que en vez de tener esa foto en la que no sale nadie que ponga una en la que sale alguien. Yo estoy por salir de casa y tengo las llaves. Las llaves no son para salir sino que son para volver a entrar. El mecanismo es curioso. Es para estar seguro que vas a poder volver a entrar a tu casa. Y el plano general es que no querés que te roben. Tenés guita, y una computadora y la cámara de tu viejo. Yo tengo guita, una computadora y la cámara de mi viejo. Entonces, muy cerca de todo eso está la puerta, salir de casa. No tengo monedas para el colectivo pero tampoco tengo cigarrillos asique esos dos problemas se anulan, compro cigarrillos y me queda que tengo cigarrillos y me dieron cambio para el colectivo. Pero eso todavía no pasó porque estoy adentro de casa. Pero estoy siguiendo las instrucciones para salir. Pienso en ir al baño pero me parece innecesario, entonces estoy mirando las imágenes, abro la puerta, llamo el ascensor. Cuando escucho el ruido del ascensor no puedo dejar de pensar en la canción de Mariel y el capitán, y después paso a la Milonga del marinero y el capitán y después ya me estoy cayendo por el ascensor y fue tan fácil rescatarme. Esas caídas diarias en las que antes de salir pienso en las cosas necesarias para salir, en el quinto vivo yo pero el ascensor todavía no llega. Tengo las llaves, tengo todo. Pero entonces pasa esto: me dan ganas de estornudar entonces miro a la lámpara, miro a la lámpara a los ojos que es como si fuera un sol o sea un propulsor de estornudos pero no viene, no viene, apago la lámpara, la prendo de vuelta, no viene, no viene, llegó el ascensor, me saco la bufanda, dejo las llaves al lado de la foto en la que no sale nadie y me estoy por caer porque todo cambió de repente, tengo el tacho lleno de basura, un ascensor que no funciona pero ya no puedo hacer nada porque estoy afuera, entre el ascensor y la puerta, las llaves las dejé apoyadas en algún lado y no me queda otra que bajar por las escaleras y creo que voy a terminar el día sin saber qué pasó.

lunes, 4 de junio de 2007

Querido Lector;

He estado trabajando en un cuento, y en éste no he dudado de incluirlo a usted. Siento estar tropezando y me interesa su opinión. Bruscamente, iría de una carta que usted me escribiría a mí; que a su vez sería la respuesta a otra escrita por mí y dirigida a usted. La carta iría más o menos así:

Querido A.,

He leído, en su última colección de cuentos, una historia que me ha dejado aturdido. Le aclararé que yo no escribo y en mi vida sólo he leído la prensa y cosas relacionadas con mi trabajo (fui abogado). En realidad, su libro vino a parar a mis manos de mera casualidad. Un amigo que conoce mi vida sabía que lo encontraría asombroso. Usted, en el epílogo del libro, le escribe una carta a su lector y en éste habla sobre una peculiar historia sucedida a su padre. Usted dice:

Querido L.;

Me tomo el lujo de introducir, a modo de epílogo, una historia con la cual he estado jugando mucho últimamente pero no consigo adaptarla a un buen cuento. Van años desde que la tengo en mente y, por miedo a dejar pasar la oportunidad, la delato ahora, sin el velo literario; tómelo como una anécdota. Al morir mi padre, encontré una carta para mí, dentro de la cual me dejaba algunas últimas palabras, y otra carta, destinada a su hermano. Su petición era la siguiente: debía esperar a la muerte de su hermano gemelo para entregarle la carta a su hijo, mi primo. Yo no conocía a ninguno de los dos y sólo vagamente sabía que existían. Exigía que yo no la lea, pero lo hice igual. Era ésta:

Querido Aitor;

He demorado, como era mi intención, demasiado en darte esto, tanto que hemos muerto. Se la dejo, entonces, a tu hijo. Espero que no te moleste mi actitud, mis ansias por hurgar en el pasado; aunque no lo sienta nada necesario, me es imposible no hacerlo. Pero la verdad es que, por más que intente reconstruir los hechos, mis recuerdos son muy inciertos y difícil es trazar la línea entre lo ocurrido y lo que yo he soñado o inventado. Recuerdo una habitación llena de espejos, o un laberinto de ellos; ¿un parque de atracciones?, ¿un escenario ficticio, adaptado por mí? Tú huías o huía yo, y los espejos creaban como un campo de juego, al ver el reflejo uno no sabía si se trataba del otro o de sí mismo. Uno de los espejos fue destrozado adrede, por uno de los dos, o quizá por ambos en una reacción simétrica, de los dos lados del cristal. Creo que con ellos nos hicimos las cicatrices. Yo el primero, me corté la mejilla en una eufórica necesidad de distinguirme de ti y de los espejos. Pero tú lo hiciste también y volvimos a ser los mismos, el mismo, en toda la nave sólo estábamos los dos y uno sólo, multiplicado miles y miles de veces. La sangre manchaba nuestros atuendos y el suelo, y era siempre igual. Yo me escabullía y tú te escabullías, buscábamos salir o matarnos. Pero incluso cuando alguno tuvo la oportunidad de hacerlo no pudo, por miedo de actuar sobre un reflejo; apuñalarse a sí mismo con un espejo roto. Verás que es todo muy indefinido y no dudo que tu memoria sea parecida; yo no recuerdo quién mató a quién, o si realmente hubo asesinato alguno.

Ahora me estoy muriendo de ese día. Ese día es como una enfermedad terminal, me muero de pena y de vergüenza por ese día, pena por haber derramado tu sangre, vergüenza por no acordarme quién soy. Mi cicatriz está en el lado derecho, ¿y la tuya? Intento banalmente y hasta el cansancio recordar quién era el de la cicatriz en el lado derecho. Pero entre el reflejo simétrico, la fiebre delirante y la euforia pasional, todo se ha entremezclado en una especie de nebulosa. Muy a mi pesar, Aitor, muy a mi pesar. Tengo pesadillas incluso cuando estoy despierto, o mi vida es un mal sueño. En un sueño el trazo es indefinido, la personalidad inconclusa, los hechos difusos. ¿Cómo llamar esto vigilia, si no consigo distinguir entre mí mismo y las demás personas? Pienso en cosas de la niñez, antes de aquel día, pero incluso entonces no desigualo. Confesaré que ni sé cuáles hechos son anteriores y cuáles posteriores; no faltan veces en las que sospecho que no sucedió una sola vez sino que muchas, algunas de verdad y otras soñadas. Incluso de momentos lo intuyo como un solo sueño que se repite, pero un sueño largo, continuado. Como si cuando dormimos entramos los dos juntos a aquel otro campo que es un laberinto de espejos; pero también una esfera de la realidad. O quizá sucedió en la placenta de nuestra madre, y es nuestra memoria la que lo repite y repite, dejándonos inseguros de por vida.

Ahora me estoy muriendo y es casi un alivio. Pero me asecha un miedo terrible porque quizá no acabe aquí, quizá la muerte sea un regreso eterno a ese lugar escalofriante en donde sólo existe el pánico y la cobardía, allí un acto de valentía no existe, la mera existencia involucra necesariamente el terror.

Ahora me estoy muriendo y hay una última sospecha y es que tú no existas, que haya sido yo sólo todo el rato, yo sólo que vivía reduplicándome en los espejos sin poder salir, y mutilándome de miedo, mutilándome frente al espejo queriendo crear una frontera más real entre mi reflejo y mi persona, queriendo que no sea todo igual, queriendo negar la simetría. Saber la verdad me llena los huesos de pánico y les dejo ese peso a nuestros hijos. Si es que tú realmente existes y tienes uno, al igual que cabe la posibilidad de que yo no tenga uno ni tampoco exista.

Ya sabrás que nunca te quise,
Leandro

La carta me dejó en un estado de desequilibrio que acariciaba el enloquecimiento. ¿Cómo reaccionar ante semejante testimonio? Pude averiguar que mi tío ya era muerto, y le envié la carta a mi primo, dentro de otra en la que le aclaraba lo sucedido. Pero me cuesta mucho encontrarle un final a esta historia. Cómo declarar, en un solo texto, la presencia de muchos otros textos. Cómo decirle al lector que mi tío era a la vez muerto y vivo, presente y ausente, histórico y ficticio; cómo dibujar un tío que es a la vez mi padre, dos gemelos que existen en simetría, uno el reflejo del otro, cada uno necesario para la existencia del hermano. Me gusta lo de las cicatrices porque le da el peso suficiente para que caiga a tierra. Una cicatriz que se lleva en el rostro de por vida, marca de existencia, de momentos vividos, las cicatrices son únicas. Pero si dos personas tienen la misma cicatriz, y se la hicieron en el mismo lugar, al mismo momento, ¿no son entonces la misma persona? ¿No se anima uno a pensar que es tan sólo el reflejo del otro? ¿Es tan inconcebible que uno se excluya del mundo real, para ponerse del otro lado del espejo? El personaje crea su propio mundo que es el que se mira con el nuestro en los espejos. Entonces se recluye imaginando que la barrera entre su mundo y el nuestro es la misma que existe entre el sueño y la vigilia, deja pasar su muerte con ansias de entenderlo mejor detrás de esa barrera; deja una carta para demostrar que estuvo. ¿Pero entonces qué?

Un saludo incierto,
A.

Claro que mi amigo no sabía cuán exacta era la coincidencia. Ahora rozo la locura por lo que cómo le cuento esto le sonará extraño. Insisto en que mi vida no es una literaria, mi imaginación no tiene protagonismo alguno en este informe. Lo que pasa es que la carta que usted ha escrito no es un original. Usted ha incurrido, sin siquiera saberlo, al plagio. Esa carta no es obra de ficción, y la que usted ha escrito es, por lo menos, la segunda. La que yo juzgo primera ha estado encerrada bajo llave en un cajón por tres décadas y la ha escrito mi padre o mi tío. Ambos murieron mientras yo estaba en la placenta de mi madre. Uno se llamaba Aitor y el otro Leandro. Mi madre no me quiso decir cuál era mi padre. Quizá porque ella tampoco lo sabía.

La carta que usted escribe es exacta a la que tengo yo, tanto en un cajón como en la memoria. Debo ser preciso y aclarar que no es exacta sino simétrica. Usted atribuye el papel de autor a Leandro, el de lector lo tiene Aitor. En la mía, el remitente es Aitor y el destinatario es Leandro. Claro que es un tecnicismo, incluso una investigación meticulosa revela que ambos son falsos. La verdad es que ambos escriben y ambos leen. Usted se llama A. como mi primo y mi hermano, y yo me llamo L. como los suyos. Cargamos todos el mismo peso, que es le de nuestros padres, la historia se ha multiplicado con el tiempo, cada generación la hace más real y a la vez más mítica, usted es ahora su padre, y dentro de años usted será nada más y nada menos que todas las personas. Es inútil creer esto una broma o una producción literaria, aunque está abierto a hacer la lectura que quiera.

Le mando un saludo que son todos los saludos,
L.

Ahora caigo en el mismo lugar en que cae mi personaje, tropiezo en el mismo escalón que es el escalón que sube y baja a la vez, trato de cerrar un círculo literario pero en vez caigo en un círculo literario; las consecuencias son diferentes. Puedo seguir girando la rueda, introducir más personajes con historias semejantes; pero siempre son historias semejantes. Lo que busco es que sea la misma historia, una sola que se aplique a todos los casos. Quiero que la carta sea una daga, la lectura una cicatriz. Una daga imprecisa, un espejo roto en forma de daga, dibujar una daga por la que se miran los mundos. Quiero llamarme Aitor y Leandro, quiero ser el autor y el lector de esta obra. Quiero que usted sienta lo mismo.

El cuento permanece, pues, inconcluso. Esa prisión.

Firma,
M. A.

jueves, 3 de mayo de 2007

Carta a Miguel Ángel

Viena, marzo del 2004

Querido Miguel Ángel,

La verdad que no sé si vas a leer esta carta. Siempre tuve la duda de cuán real es escribirle una carta a una celebridad de la magnitud de la tuya. Lo natural es pensar que las cartas que te llegan diariamente son tantas que tenés habitaciones especiales en donde se va apilando la correspondencia de fanatismo, que vos a lo mejor alguna abrís o que te gustaría poder abrirlas todas. Claro que leer todas esas cartas en cajas desordenadas en la habitación de las cartas (supongo que la llamarás así) es imposible. Será que tenés gente que trabaja de eso. Gente que lee las cartas y hay una serie de pautas para clasificarlas entre cartas que se tiran, cartas que se guardan porque quizá en otro momento vendrán bien, cartas que a vos quizá te gustaría leer, otras que seguro que te van a interesar, y así. En tal caso no sé en qué sección de la jerarquía se encontrará la mía. Tampoco voy a decir que escribo con presión, como midiendo la cantidad de halagos y cosas interesantes, registros ingeniosos y algo de originalidad, para impresionar a tus mayordomos; no es así. Yo tengo algunas cosas para decirte y si lo leés o no lo leés, bueno la verdad que me da un poco igual. ¿O vas a negar que estás muerto? Estando muerto las probabilidades de que leas esto se reducen bastante. Según cómo lo mires, también. Qué se yo si cuando te morís agarrás y podés estar en todos los lugares en donde te nombran, escuchando todo lo que dicen de vos. Y podés leer todas las cartas que te escriben por más que éstas sean millones y las habitaciones de las cartas sean millones y vos igual podés leerlas todas e incluso contestarlas. Sin que se te pasen los días ni tengas que pensar en comer o de qué manera será mejor aprovechar a pleno tu corta vida.
Lo que pasa es que estoy sentado frente a una reproducción lastimosa de tu David. Supongo que te habrás dado cuenta de lo que pasó en el mundo con tu David. Creo que he visto más imágenes de tu David que de mi propio rostro. Tengo que confesar que yo no estaba demasiado impresionado al principio. Pero eso fue antes de estar cara a cara con la pieza real, en aquella gloriosa sala de la Galería de la Academia en Florencia. Poder apreciar la barbaridad de las proporciones, ser un espacio físico que comparte espacio físico con un objeto de mármol así. Es un objeto de mármol que a través de vos se manipuló de tal manera para que sea incómodamente parecido a un ser humano. Y me gusta poder estar planteado en una historia del arte que supuestamente fue evolucionando, tengo una mentalidad que arma su collage con un montón más de años, una mentalidad que entiende el Romanticismo, que vio un Basquiat. A la época en que viviste vos la llamamos Renacimiento, y a vos te tocó el italiano y está establecido que la hicieron muy bien. Unos bestias, vos y tus amigos. Pero claro, como persona moderna tengo que pensar que vos no entenderías el arte tal cual es hoy, que sos como un eslabón en el camino a un entendimiento más real de lo que es el arte. Que ustedes hicieron esa especie de “arte” para que nosotros podamos hacer arte de verdad. ¿Sabés lo que pienso yo? Yo creo que toda la historia del arte se encuentra en la piedra que sostiene tu David en la mano derecha, apoyada en el muslo. La verdad que nunca me había dado cuenta de que sostiene una piedra hasta que lo encontré en las tres dimensiones, haciendo lo que se puede hacer con un objeto de verdad y no con una fotografía. Dar la vuelta al David, mirando hacia arriba, fue como darme vuelta a mí mismo, esos trescientos sesenta grados característicos de un objeto y su vuelta. Sentí que David si quisiera podría ponerse unos pantalones y salir corriendo de esa sala llena de cámaras fotográficas y alarmas de seguridad, con nostalgia de aquellas épocas en la Plaza de la Señoría cuando sentía la lluvia y el sol sobre el cuerpo desnudo. Pero que no le interesa, que no le interesa moverse porque sabe que así está perfecto. Tus piezas son tus mejores aliados, Miguel Ángel, porque les gustó la posición en los que los pusiste, se sienten atractivos con esos pectorales y deducen el juego de tensiones y maravillas compositivas que vos entendiste demasiado bien. Lo de las tensiones es algo que también se pierde en las dos dimensiones. Hasta un niño podría mirar tu David y ver cómo esa mano derecha que sostiene la piedra, y no la zurda con la gomera, es tan claramente el centro de la obra. Porque compositivamente, todo el cuerpo y alma de tu David se arma alrededor de esa mano. La mano que sostiene la piedra es una mano hecha de piedra que sostiene una piedra hecha de piedra y no hay que saber nada más. Bueno, quizá haya que saber que a Goliat se lo mata con esa piedra pero no sé si eso es tan importante como saber que no hay otra cosa en tu David que esa mano. Las uñas que son de piedra, las líneas y nudillos de los dedos que también son de piedra. Pero yo estoy mirando una reproducción de treinta centímetros que ahora que lo miro por atrás ni siquiera tiene la piedra en la mano. Es más, la mano está tan descuidada y tan poco detallada que parece un garbanzo deforme y hasta tiene marcas del molde porque está hecho con un molde y es tan miserable. Me causa gracia cómo vemos esto y decimos que es el David. Me impresiona que veamos la similitud y entendamos que es una copia de tu David, y que no pensemos que es algún otro objeto diferente. Y ahora recuerdo aquella conversación que tuviste con Leonardo, fue una de las pocas charlas sinceras, amistosas y libres de prejuicios que tuviste con ese otro gran hombre. Vos hacía poco habías terminado la Capilla Sixtina y habías creado tal conmoción, tal alboroto, tal magnitud, que él te tuvo que decir que estuviste mal. Él te dijo que no deberías haber hecho algo tan perfecto, que no deberías haber pintado la anatomía humana tan precisamente porque ahora sólo queda descender. Superarlo es imposible, se ha hecho cumbre y sólo queda la barranca abajo. La gente ya había comenzado a hacer grotescas imitaciones, pinturas de personas con veinte o treinta pectorales y unos tríceps que podrían asaltar un banco. Vos entendiste muy bien lo que dijo pero no estarías de acuerdo. Me olvido si se lo dijiste o no, pero lo pensaste seguro. Vos al arte lo entendías mejor que él. Claro que en otras áreas él te superaba espaciosamente. Vos sabías que no existe tal cosa como hacer cumbre, y el tiempo te dio la razón. Hemos seguido escalando, hemos seguido dándole vueltas y vueltas a la cuestión. Espero que se refleje aquí que mi posición es ambigua. Yo no creo que tu arte por ser anterior a ahora sea peor, o sea más básico, o más simple, o más aburrido, sos realmente un magnífico artista; pero tampoco creo que viene al caso un David tan nefasto acá en el lobby del hotel. Y los miles que hay por el mundo. Y las fotografías. ¿Sabías que en frente de la Gallería de la Academia venden pins en donde todo el redondel lo abarcan los genitales de tu David? ¿Qué pensás de eso?
Pero yo te respeto mucho más por otra cosa. Lo que hace que te considere un contemporáneo mío, lo que hace que te hable con este registro descuidado y sincero, lo que hace que yo sepa que tu mente artista está en el mismo lugar que mi mente artista o la da Andy Warhol es la serie de los Prisioneros. Aquellas geniales piezas que no tuvieron la suerte o la desdicha de globalizarse con la expansión de otras obras tuyas. Sólo tuve la suerte o la desdicha de conocer a cuatro, los que están en la Galería de la Academia. Esas obras tuvieron el honor de que muchos piensen que son esculturas sin terminar, aquella rusticidad y aquellos espacios de bloque sin trabajar. Son hombres que luchan por liberarse de la piedra tanto en la esfera artística como en la esfera humana. Es magnífico presenciar esa lucha, hace casi quinientos años vos agarraste y te pusiste a sacarle pedacitos a un bloque de mármol, y mientras tallabas eras lo que se ha llamado siempre artista, y con esta mentalidad te pusiste a simular un cuerpo humano que todavía no se ha salido totalmente del bloque de mármol. No se ha cerrado el círculo de creación artística, falta un rostro, falta cerrar la espalda, falta terminar los pies. Entonces, vos retratás a unas personas que están atrapadas en bloques de mármol, y mientras retratás unas esculturas sin terminar de unas personas que están atrapadas en un bloque de mármol. Y así alargás por el otro lado el intento de cerrar el círculo de creación. Es un juego extremadamente ambicioso para una persona de tu época, Miguel Ángel, y esto es quizá lo central de esta carta. Quiero con vos anular el pasar del tiempo, la denominación de generaciones, hablar de Renacimiento, hablar de Expresionismo, me aburre tanto; entiendo que la línea temporal es progresiva pero no veo la necesidad de que la línea se trace hacia arriba, generamos una verticalidad que me aburre, porque la línea se puede trazar en horizontal y que entonces no sea tan difícil caminar al siglo pasado. ¿Para qué pensar que hiciste el David en otro momento cuando el David está acá ahora, en el lobby del hotel? ¿No estuvo el David acá por cinco siglos, eso no equivale a siempre? La creación artística en realidad nunca cierra el círculo, siempre es un intento de creación, una aproximación a algo allá en el horizonte que es muy bello y que llamamos arte. Siempre estamos retratando a gente aprisionada, porque de alguna manera el arte es una liberación para cuyo alcance siempre nos quedamos cortos. Estamos siempre a punto de agarrarlo, siempre a punto de tocar a los dioses como nos hiciste ver mirando para el techo en algún lugar del Vaticano.
Esta carta se ha transformado en un halago muy grotesco, esas últimas líneas no tienen pies ni cabeza y es frustrante porque lo que intento es justamente lo contrario. Intento decirte que yo estoy en el mismo plano que vos, Miguel Ángel. Sos un clásico, sí, pero eso no implica que no podamos mirarnos a los ojos en esta esfera artística que es de todos por igual, y que yo no te pueda decir lo miserable que es encontrar esta reproducción de tu David acá en el lobby del hotel. A este David no lo puedo mirar a los ojos en la esfera artística, y me da mucha pena de que exista, de que tu David tenga estos imitadores dando vueltas por el mundo, y que sentamos una frialdad tan lejana a lo que pudiste haber querido decir, a lo que significó para vos la creación artística.

Florencia, febrero del 2007

Continúo esta carta tras una larga interrupción. Luego de escribir esas últimas dos palabras, creación y artística, dejé la lapicera sobre el cuaderno y guardé las cosas. Te diré que no pensaba enviarla, me notaba fallando en la intención primera, y la verdad que dejé de pensar en el tema bastante rápido. Pero ahora, como bien verás en la fecha, tres años más tarde, me encuentro continuando el escrito que no sé por qué razón estaba entre mis cosas cuando me vine a Florencia. En una segunda lectura (con toda certeza, es la primera vez que releo esta carta, y ni siquiera escribiéndola volvía a leer lo que ya estaba escrito) no me parece tan mala como recordaba. Quizá sea exagerado el descuido del tono y registro, y esa última parte de tocar los dioses es indudablemente una cursilería grotesca y barata. Pero entiendo que las ideas que intentaba transmitir caben dentro de lo más o menos interesante. Ahora decido continuarla y te diré por qué. Todavía juzgaría que la carta no merece ser enviada de no ser por algo que me está pasando ahora. Estoy actualmente frente al David real, el tuyo. Estoy sentado en uno de los bancos de la esquina, en un día con pocos visitantes en el museo. Pero mirando a David, he notado un cambio repentino en su mirada, en su postura. Es muy sutil, no voy hiperbolizar esa mínima transformación en un movimiento del pie o un rascarse la espalda, hasta un guiñar de ojo sería excesivo. Un minúsculo movimiento, apenas perceptible, y seguramente no para todos. Pero yo lo he visto. David se ha movido. No podría centralizar todo el movimiento en un solo lugar del cuerpo, siquiera una zona. De pies a cabeza, cada centímetro de cutis empedrado se ha desplazado quizá microscópicamente, un sutilísimo escalofrío de cuerpo entero.
Sin embargo, estoy cerca de creer que éste ha sido un cambio trágico. Lo miro a los ojos a David pero ya no lo reconozco, la gente lo mira lo más normal pero yo lo estoy mirando a los ojos y él tampoco me reconoce a mí. Y no sé, Miguel Ángel, no sé si me estoy volviendo loco pero tu David es otro. Niego ahora el uso anterior del verbo desplazar porque no creo que se hayan desplazado las partículas sino que se han transformado. David ha sufrido una metamorfosis algo inexplicable que sólo puede indicar que algo muy extraño ha pasado. Intercambio miradas con David pero no es David, nuestra mirada no pasa por la esfera artística, no hay tal intercambio. Y he sufrido un morboso deja vú, porque siento exactamente lo mismo que he sentido cuando estaba frente a la reproducción de tu David en el lobby del hotel. Lo miro a David y no está el mundo artístico entre medio porque algo ha pasado. Ha habido alguna especie de metamorfosis conceptual porque David ya no es. Es una imitación. Estoy ahora muy seguro de esto, Miguel Ángel, David finalmente ha decido moverse, ha saltado al abismo de lo no artístico, se ha ido de esa zona, quizá para no volver. Y ahora estoy mirando con mucho cuidado la mano que sostiene la piedra y creo que puedo distinguir unas marcas como de un molde, cada vez lo distingo más. Es casi grotesco, y dándole la vuelta veo que la piedra sostenida en aquella mano ha desvanecido, como que no se distingue realmente si está empuñando o no algún objeto, y la reminiscencia al garbanzo nefasto del David anterior es espeluznante y la verdad que sólo puedo discernir un hecho claro de todo esto. Y es que David mismo se ha mezclado entre los impostores de sí mismo, ya no queda un original del David, por lo menos no aquí en la Galería de la Academia. Quizá en el lobby de aquel hotel se encuentra la pieza real, o en algún otro lugar igual de hiriente. Es muy triste lo que ha pasado porque entiendo que el cambio fue real. El equilibrio ya no es exacto, los bíceps no denotan lo que deberían y ni hablar de la expresión facial que ya no dice nada, es una expresión en blanco y sólo es cuestión de tiempo hasta que vuelva a ser un burdo bloque de mármol exhibido en este museo, conectado a un sistema de alarmas de seguridad. Se han conseguido infiltrar, Miguel Ángel, han conseguido burlar al sistema entero porque ahí está la reproducción, la farsa, y la gente lo mira lo más contento mientras ojean la guía de Florence para ver si dice de algún lugar en donde sirvan rica pasta porque esto de ver museos todo el día drena el cuerpo y qué linda escultura que hizo Michaelangelow. Pero eso no es tuyo, no están tus marcas, tus huellas, no está la firma de tu estaca y al final es tan simple. Es tan simple como una victoria de lo no artístico sobre lo artístico que es lo que se ve por todos lados y espero que leas esta carta porque quizá puedas hacer algo al respecto o al menos enterarte de este episodio tan triste.

Mis saludos más cordiales,
P.

jueves, 12 de abril de 2007

vonneGott Ist Tot

R. I. P.
Somebody
Some time to some time
He tried

lunes, 9 de abril de 2007

Carta a Hernán

Querido Hernán,
Estoy ahora en Lisboa. No sé si todavía te encuentras en Sevilla o ya te has marchado. Si te has movido a tu próximo paradero, espero que Hernán me haga el favor de reenviar esta correspondencia a la dirección adecuada. Antes de atacar el contenido vertebral de estos párrafos quiero disculparme por despachar la carta sin dirección de remitente, no dudo que entiendas perfectamente por qué me manejo de esta manera pero todavía creo correcto pedir perdón por ello.
Es curioso cómo nuestra vida ha sido una constante repetición de variables fijas, una recitación perenne del mismo abecedario, de los mismos diez números; subir una escalera, saltar al abismo, subir la misma escalar, saltar al mismo abismo. Porque nos repetimos Hernán, tú lo sabes muy bien. No negarás que ya te he mandado esta carta, la misma, desde dieciocho o cuarenta (he perdido la cuenta) lugares diferentes, siempre declarando que estoy en Lisboa, o en Oporto, o en Nueva York, o en Ohio, o en el D. F., o en Moscú; siempre cuestionando si seguirás en Sevilla, o en Cádiz, o en Girona, o en Toulouse, o en Casablanca, o en Jerusalén, o en el Cairo; siempre con la esperanza de que de no ser así Hernán pueda ser tan amable de enviar la carta a la dirección adecuada; siempre disculpándome por no facilitar una dirección postal, siempre tomando por sentado que tú entiendes las razones de tal precaución. Sí, tú sabes bien qué voy a decir ahora, lo sabes tan bien. Antes observé lo de la circular repetición de constantes, y tú sabías que lo haría; luego repetí los pasos rutinarios con los que desenvuelvo esta carta, siempre igual, siempre la misma carta, y eso también lo sabías ya. Y sabes qué es lo próximo. Voy a decir que estoy harto de huir, tan harto. Porque lo estoy, Hernán, estoy empachado de esta dulzura falsaria. Sí, fue dulce al principio, esta especie de juego que tenemos. Cuando tú estás en A, yo estoy en B, escribiendo la carta número 1. Luego me muevo a C, tú te mueves a B, y desde C te escribo la carta número 2. Claro que siempre están Hernán y Hernán, ellos también están participando. Yo lo sigo a Hernán, cuando yo estoy en B él está en C, y si me muevo a C el ya estará, indudablemente, en D. Y luego está Hernán, como de una manera paralela. Si nosotros nos movemos de A a B y de B a C, Hernán se mueve de A2 a B2, y de B2 a C2. A Hernán no lo vemos pero está ahí, mirando el tablero de juego, recibiendo y reenviando las cartas. Pero para todo esto recurro a la conjetura, no sé a ciencia cierta si tú te mueves o te quedas quieto. Si has estado todo este tiempo en Barcelona, sin moverte, recibiendo las cartas que reenvía Hernán. Sería como una inversión de los roles. Tú serías Hernán y Hernán serías tú, cuando antes era claramente al revés.
No disfruto, Hernán. Estoy muy lejos de disfrutar. Al principio, éramos muy jóvenes, me excitaba el misterio del juego. Me creía todo eso de caminar, de andar, de estar en movimiento. Fui tan ingenuo, me tardó tantos años entender que no me estoy desplazando. Estoy quieto, Hernán. El mundo se mueve debajo mío pero es tan fútil. Y de alguna manera extraño esos años ilusionados, cuando yo todavía tenía la esperanza de encontrar a Hernán. De que Hernán estaría allí, en la estación de Atocha, o en el aeropuerto de Heathrow, o en Ezeiza o Charles de Gaule, esperándome. Que me preguntaría qué tal el viaje, por qué tardé tanto. Yo le explicaría que pensaba que me estaría esperando en Berlín, no en Frankfurt, y en Katmandú, no en Berlín, y en Nueva Delhi, no en Katmandú, y en Estambul, no en Sydney, y en Lima, no en Sydney, y en Sydney, no en Manila. Sólo ahora creo que Hernán ni siquiera existe. Sólo ahora puedo decir que estoy persiguiendo a un Hernán dibujado en cartón, un Hernán que se quedó en Barcelona. Hernán estuvo siempre en Barcelona, y yo lo busqué en todos lados menos en su casa, que alguna vez fue la mía, y la tuya también. Todos hemos vivido ahí, Hernán, tú, Hernán, yo, etc. Pero no, seguro que Hernán no está ahí, en el tercero derecha sin ascensor de aquella torrecita Babélica del Raval. Seguro que me he fijado, y no lo encontré por ninguna parte. Siempre me fijo, todavía tengo llaves, sabes, y cada cinco minutos estoy abriendo la puerta, subiendo las escaleras; soy tan repetitivo. Abro la puerta, y me recuerda a tantas otras veces que abrí esa puerta, que subí esas escaleras. Abro la puerto y Hernán no está, tú a veces estás pero no me ves. No me dejo ver, porque no quiero verte, Hernán. Si algo habrás entendido en estos treinta años es que no quiero verte.
Cuando huyes tanto olvidas de qué huías, pero cada vez las cosas importan menos, ¿sabes? Ahora lo hago por rutina, porque es más fácil que quedarme en un lugar, dejar que me encuentres, que nos volvamos a unir. Eso sería rendirme, sería negar absolutamente a Hernán, decir abiertamente que no existe y que no voy a seguir buscándolo. Sería dejar de escribirte la misma carta, y si no escribo esta carta no sé qué hacer. Tú pensarías, al dejar de recibirla, que estoy muerto en algún rincón del mundo, y seguramente saldrías a buscarme. Saldrías de tu casa, sin siquiera llamar a tu jefe, sin siquiera apagar el horno o cerrar la puerta. Caminarías por la calle del Carme con ofuscada adrenalina, para coger el metro en Liceu y luego el primer tren que salga desde la estación de Sants. El primer tren y a cualquier lado. Porque piensas que quizá yo estoy en cualquier lado, quizá te estoy esperando en algún lugar. En el puerto, a las orillas de alguna costa, o en la estación de tren, o en la sección de Llegadas del aeropuerto. Sé que dejarías todo por mí, y quizá es eso lo que me aburre tanto. Hernán no dejaría nada por mí, ¿sabes? Eso es lo que me gusta de él. Él huye de mí para que yo lo encuentre. ¿Entiendes la diferencia? Yo no quiero que me encuentres, por eso huyo. Y huyo porque tú me quieres encontrar. Yo lo quiero encontrar a Hernán pero mientras huyo de ti -y no quiero que pienses que te uso como pretexto, tú eres tan importante para mí como Hernán-. Quizá si fueras más como Hernán, dejarías de buscarme, de perseguirme. Entonces a lo mejor dejaría de seguir los pasos de Hernán y haría la marcha atrás, para encontrarte a ti, para decirte que dejemos de huir, que Barcelona era el lugar perfecto, que el piso del Raval no era tan malo después de todo. Pero tú no puedes hacer eso, ambos lo sabemos. Tú estarás siempre persiguiéndome. Y es tan frustrante. Porque en algún punto te entiendo. Después de todo yo también estoy buscando a Hernán, de una cuidad a otra, de esa a otra distinta y así.
Siempre me he preguntado, y esto tú lo sabes, si Hernán lee estas cartas que te escribo antes de reenviarlas a la dirección correcta. Porque Hernán es el que menos conozco de todos vosotros, sé que si tú fueras Hernán abrirías la carta sin dudarlo. Sin siquiera pensar que no te incumbe, que la carta no está escrita para ti, que tu nombre no sale en el sobre. Sé que si Hernán fuera Hernán no se animaría a abrirla, y no por miedo a obrar de mala manera, sólo porque no le interesaría. Hernán es una persona que respeta sin límites la privacidad de los demás. Hernán cogería la carta y la llevaría de nuevo a los correos para reenviarla adonde estés tú, sin siquiera preguntarse qué podría decir ni llevarla a la luz para ver si la transparencia delata alguna pista. Pero con Hernán, ese hombre misterioso, no puedo hacer tales afirmaciones. Quizá lo estás leyendo, Hernán. Quizá anhelas con tal fervor que esta carta esté escrita para ti, que sea tu nombre el que se encuentra en el sobre, con mi caligrafía de fugitivo. O a lo mejor realmente piensas que es para ti. Que al final siempre fueron para ti estas cartas. Y las esperas ansioso a diario, jugando a adivinar de dónde te escribiré esta vez. Y las cartas llegan y tú las abres y las lees. Siempre la misma carta pero a ti no te importa, con saber que estoy aquí afuera escribiéndote constantemente te basta. Sin tratar de reinventar las situaciones o de contarte algo nuevo. Pero no te molesta eso. Lo que es más, te gusta. Te encanta saber exactamente qué diré y qué esconderé. Y te imaginas que tú eres Hernán. Que a ti te estoy siguiendo por el mundo. Yo siempre un paso atrás en el tablero, mientras tú estás ahí en Barcelona yo estoy buscándote por todos lados. Entonces eres tú el que se queda quieto en un lugar mientras el mundo se mueve por debajo. Porque entiendes que la ilusión de movimiento es lo mismo que el movimiento, y que la ilusión de ser Hernán, de que yo te esté buscando, es lo mismo que ser Hernán. Y que la ilusión de ser Hernán, de que yo esté huyendo de ti, escribiéndote cartas desde mil lugares diferentes, bueno, sabes que es lo mismo. Es algo que me gusta mucho de ti, que entiendes ese tipo de cosas. Entiendes que esta carta es una ilusión. No como Hernán. Hernán cree que me está buscando, que cada vez falta menos, y cree que todo es real, que quizá en el próximo destino estaré yo, con un cartel que diga “Hernán” en grandes letras negras; porque la gente que espera a otra gente en los aeropuertos es tanta que Hernán cree que yo tomaría tales precauciones para reducir las posibilidades de un desencuentro.
Pero, ¿sabes qué? Yo no creo que lo estés leyendo, Hernán. Creo que eres más como Hernán, y que entiendes perfectamente que esta carta no es para ti. Sabes que lo único que tienes que hacer es llevarla a los correos y enviársela a Hernán. No te importa lo que dice aquí dentro, y además sabes que siempre dice lo mismo. Eres un hombre muy inteligente, Hernán, y supiste desde el primer día que esta carta es siempre la misma. Pero sabes que tienes el deber de reenviarla y lo haces siempre. La verdad es que te respeto mucho, Hernán, e incluso muchas veces quise que seas tú al que yo estoy buscando. O que seas tú el que me busca a mí. Si fueras tú el que me busca a mí, por lo menos habría algo de magia en el juego, porque Hernán es tan aburrido, tan predecible. Sí, es tan predecible y estúpido que huir de él es absurdamente fácil. Lo único que tengo que hacer es escribir estas cartas, y él automáticamente piensa que estoy huyendo, que él me está buscando, que yo lo estoy buscando a Hernán. Parecería que es la única persona que no ha crecido, que no ha aprendido nada de todo esto. Él espera estas cartas pensando que esta vez será diferente, por más que siempre le digo al principio de la carta que es la misma de siempre, la misma carta en el mismo sobre, con las mismas palabras y el mismo olor. Pero él sigue pensando que las cosas son reales, que el tiempo hace cambiar las cosas, que cuando uno se mueve de Santiago de Chile a Montevideo realmente se está moviendo. Pero tú y yo sabemos que es toda una farsa. Que yo estoy aquí en Barcelona escribiéndole a Hernán estas cartas, esperando que tú me hagas el favor de reenviarlas al lugar correcto. Pero ni tú sabes cuál es el lugar correcto, y si lo sabes es siempre el mismo. Es el tercero derecha de un edificio sin ascensor que tiene lo mismo de grande que de pequeño, y ese edificio se encuentra en Ámsterdam y en San Francisco y en Toronto y en Laos y en Kingston y al final por más que digan que el mundo es muy grande sabes que encontrar a una persona es tan simple como girar la cabeza para algún lado, tan simple como eso. Encontrar una persona es tan simple pero sin embargo estoy huyendo hace tanto tiempo que no entiendo porque no me encuentran ya, antes de que me encuentren pero muerto como un perro muerto en alguna esquina sucia, me morí en camino a los correos para enviar esa última carta, la que inevitablemente será diferente a las demás, sólo por ser la última; la carta en la que finalmente escribí la dirección de remitente, porque me cansé de huir y porque Hernán no existe, a Hernán me lo imaginé desde un principio sólo como pretexto para mantenerme en movimiento, quería anular esa rutina Barcelonesa sin saber que todo es rutina y que al fin y al cabo las rutinas son todas iguales, que esta carta es la misma carta de siempre, que lo mismo da Buenos Aires que Sudáfrica, Marrakesh que Auckland, Nepal que Madrid, A que B, 1 que 2, Yo que tú, Hernán que yo, Hernán que Hernán, Hernán que tú, Hernán que Hernán, Hernán que Hernán.

Te mando el mismo abrazo de siempre,
Hernán

lunes, 2 de abril de 2007

Seis cosas que me parecen interesantes y una traducción castellano-latina que me parece graciosa

1. Neologismo: pasó que teníamos tantas cosas nuevas por nombrar que empezamos a inventar palabras, muchas veces buscando raíces en nuestras raíces latinas; llegó a tal extremo que tuvimos que crear una palabra para el fenómeno de crear palabras.

2. Sinuoso: por más que tenga sólo dos eses parece que tenga mil o un millón. Los caminos sinuosos recorren las curvas de la palabra misma, y así cualquiera entiende lo que significa.

3. La sílaba "ma" para crear las palabras de la maternidad: aparte de la Coca-Cola es de lo más internacional que existe. Claro, la nasal /m/ y la vocal /a/, que está justo entre medio de las anteriores y las posteriores (muy poco profesional esa descripción), son los sonidos que menos esfuerzo involucran y que primero nos salen. El paso entre eso y lo otro, no sé. Nos metemos dentro de un circulito en el que lo primero que decimos es ma y lo primero que queremos decir es mamá, según nuestras madres, por supuesto.

4. Oriente y Occidente: dos participios latinos que significan nacer y morir, claro que refiriéndose al sol. Somos más paganos de lo que pensamos y aún sabiendo que la tierra gira alrededor del sol usamos mecanimos mentales de hipálage. Está claro que los que nacen y mueren somos nosotros.

5. Humano significa hecho de tierra.

6. Tenemos unas palabras gloriosas como humor, paradoja, ontología, dicotomía, analogía. Palabras abstractas para situaciones reales que supuestamente de abstractas no pueden tener nada. Realmente nos movemos en un terreno mental. Le ponemos nombre a los autos a la vez que le ponemos nombre a la velocidad, la tecnología, a la practicidad. Le ponemos nombre a las autopistas a la vez que al tráfico, le ponemos nombre a los atascos de tráfico a la vez que a la ironía.

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Yo pienso en mi jardín.

Ego puto in horto meo. (Cortesía Mateo Ingouville)

viernes, 23 de marzo de 2007

Siameses

A través de una agencia de viajes conseguí un billete de ida a Bangkok y arreglé la cuestión de las visas. Luego me abastecí de equipo de viaje, compré la Lonely Planet de Tailandia, y me fui al aeropuerto. Desde un teléfono público renuncié a mi trabajo, gasté mis últimos pesos en cerveza y me subí al avión, sin saber lo más mínimo de aquel lejano terreno. Tenía la idea de leer el libro en el vuelo, pero eso era antes de saber que servían alcohol gratis. Nunca había viajado en avión, y la noticia era sublime. Cuando aterrizamos ya me había emborrachado, dormido, despertado y vuelto a emborrachar. Habíamos hecho escala en París pero no hizo falta siquiera que bajemos del avión. Una vez en Bangkok, salí del aeropuerto y me subí a un taxi. Le pregunté a dónde se dirigían los turistas borrachos como el nuestro, y me dijo, sin dubitaciones, Th Khao San, la calle Khao San. Mi inglés era muy rústico pero la comunicación era posible. En el camino tuve un primer vistazo de la ciudad. Viajamos por una autopista y para ambos lados se extendía una ciudad de enormes y modernos rascacielos, uno de ellos, un tríptico de edificios conectados por arriba, sugería la forma de un elefante. Los enormes afiches de publicidad al costado de la autopista raramente eran avisos de empresas, sino que presentaban, casi siempre, fotos gigantes de un mismo hombre. Le pregunté al taxista quién era y me dijo que era el rey de Tailandia, Bhumibol Adulyadej, también conocido como Rama IX, un hombre inmensamente popular entre los tais; estaban celebrando el "año del rey", por lo cual todos los que querían podían vestir, en honor a su gran monarca, uno de los diferentes modelos de camisetas amarillas, diseñadas y vendidas para este propósito. Cuando entramos a la ciudad pude comprobar que quizá una mitad de los siameses, incluso más, tenía puesta la camiseta. Cuando llegamos a la calle Khao San, el taxista me recomendó un hotel (seguramente recibiría una comisión), el cual acepté con ánimo. Rápidamente me registré y subí a la habitación a dejar mis cosas. Luego cerré la puerta con la llave que me habían entregado, junto con el control remoto del aire acondicionado y un rollo de papel higiénico; y salí a la calle. Pasé por un cajero y retiré un dineral de la cuenta que había abierto horas antes de salir del país. (Supongo que en algún momento tendré que exponer la razón por la cual un carpintero de clase media como el nuestro se desenvolvía con tal solvencia e indiscreción económica. Juzgo inoportuno el motivo, y estoy tentado a retrasar el momento de revelarlo.) Se estaba haciendo de noche y en la calle pasaba de todo. Los puestos de artesanías explotaban en compra-venta, todos regateando como si se tratara de su vida. Los bares eran ecosistemas de turistas vaciando las botellas de Singha y Beer Chang, con las preciosas autóctonas jugando a su trabajo nocturno, coqueteando hábilmente con los más gordos y más borrachos. Vendedores frente a su local ofrecían, en una misma oración, sus servicios como guías turísticos por la ciudad, un espectáculo de eyección vaginal de pelotas de ping-pong y un traje hecho a medida. Había toda una serie de personas que vendían trajes hechos a medida. Creo que nunca podré olvidar el slogan oral de uno de ellos, así como la sonrisa curiosa del vendedor. "Suit, jacket, rock and roll?"
Era todo demasiado sobrecogedor para nuestro ebrio, y cuando desde la calle pude ver la ventana de un restaurante vacío, con el nombre de "Gaylord" (¿qué habrán querido decir?), en el segundo piso de aún otra sastrería, recordé que no había ingerido alimento alguno desde mis últimas horas en la casa de mis padres de Villa Urquiza. Cuando intenté entrar noté que no existía tal entrada, la puerta del restaurante no aparecía por ningún lado. Por un segundo me asusté. Un restaurante sin entrada, con razón no hay nadie, un segundo piso aislado del mundo, un pequeño cubículo de ensueño, con vista a la calle, con calle a la vista, visto desde la calle como una pintura. Se veían hasta las caras de las preciosas muchachas que esperaban, sin dudar, sin preguntarse el porqué de la enfática ausencia de clientes. Digno de contrastar con los demás bares y restaurantes de la zona, rebosados en clientela. Se veían las expresiones de las empleadas, como si estuvieran a dos metros de distancia. Una auténtica ingenuidad parecía refugiarlas de aquel cruel mundo que las encerraba en un restaurante sin salida. Los cuadros que colgaban de las paredes eran más reales, eran más ventanas que la ventana del establecimiento. Di la vuelta a la manzana, a la calle paralela, para inspeccionar el otro lado, quizá se entraba por atrás. Allí me encontré con un desolado mundo de inverosímil contraste con la calle Khao San, un callejón devastado, con ciertas almas penando y un grupo de monjes budistas, con su inconfundible vestimenta y corte de pelo, sentados en la vereda sosteniendo sus respectivas tazas de cerámica. El equivalente al sombrero de un malabarista, a la funda de un guitarrista, a la lata de un mendigo, su taza no era solamente el recipiente con el cual mendigaban, sino que era también el recipiente en el cual hacían uso de lo mendigado. A la taza de un monje budista se le tira arroz como se le tiran monedas de cincuenta a la caja de una estatua humana. Entendí la frescura de ese concepto, la bilateralidad de un simple recipiente de cerámica de fondo hondo. Pero volví a la esfera turística, dar la vuelta a la manzana era cruzar un umbral, Como si la puerta del restaurante hubiera sido trasladada a aquella esquina. Volví a situarme frente a la sastrería, desde donde se veía la ventana del restaurante. Pero algo me sorprendió. Ahora había un grupo de personas sentadas, mirando el menú y consultándose entre sí, mientras ya bebían una primera cerveza. Me estaba poniendo nervioso hasta que noté el hombre en la sastrería (que antes no estaba) haciéndome señas. Me acerqué y él también se dirigió a la puerta. Paralelamente, me ofrecía un traje y me explicaba que para subir al restaurante se debía pasar por su local. El alivio rompió en mí una carcajada, y con gestos sueltos de amabilidad tanto de mi parte como de la suya, yo crucé el negocio, lentamente dándole la espalda y llegando a los escalones; mientras en un espejo pude comprobar que él nunca me la dio a mí, como un girasol sonriente, viró sobre su eje mirándome cruzar la habitación y luego elevarme entre los trajes, hasta desaparecer en la muy básica arquitectura del edificio.
Luego de una cena agradable, en la cual actualicé la graduación alcohólica de mi sangre, salí a la calle, no sin antes dejarme manipular por el sastre y su cinta métrica amarilla, con el fin de encargar un frac, altamente vistoso; que recogería al día siguiente. Traje que luego usaría para asistir al velorio de un hombre que apenas conocía; que me quedaría inexplicablemente apretado, como para dos o tres talles más pequeño (y aquí no pongo en duda la profesionalidad del amistoso sastre), por más que al recogerlo y probármelo las medidas parecían perfectas. Caminé un rato, hasta encontrarme entrando a una peluquería. Mi cuerpo se movía solo, mientras mi mente negaba la acción, se rehusaba a entrar al negocio; yo no quería romper las reglas previamente auto impuestas, pero mi sistema motriz se encargaba de vincular mis destinos con el de un barbero, uno solo. Destino ya previamente vinculado, por su puesto, y aunque odie mantener al lector en tal nebulosa, como si se tratara de una novela policíaca de poca monta, lo siento necesario. Lo sentí necesario hasta ahora, incluso dejé que mi narración se formara alrededor del ocultamiento de ese hecho. Puedo admitir que lo relatado hasta ahora no responde a los hechos sino a cómo decidí contarlos, incluso un meticuloso podrá encontrar momentos en los que recurrí a la mentira, puedo admitir haber mentido; pero no puedo admitir lo otro. Todavía no. En todo caso estaba yo entrando a la barbería; -y, en todo caso- pensaba yo, -habrán un millón de peluquerías en Bangkok, ni hablar de Tailandia entera (…¿qué te hace pensar que..?).
El lugar estaba oscuro y vacío. Un hombre pequeño, con pelo por debajo de las cejas, me esperaba detrás de una silla alta y negra. Lo saludé cordialmente y le pedí, llevándome las manos a la cara a modo de señas, que me afeitara la barba. Me senté, dándole la espalda, pero mirando en el espejo cómo preparaba la situación. Me esparció la espuma con gestos de artista, como con un pincel me pintó de blanco. Comenzó a afeitarme, con tacto delicadísimo. En un principio no había considerado lo barbilampiños que son los tais, la amenaza de una posible falta de especialización en la técnica; sin embargo, éste no era ningún novato. Nunca me había afeitado en una peluquería, el novato era yo, pero este hombre parecía poder competir con los mejores barberos de la barbuda Europa. El proceso fue un placer, empezando por el lado izquierdo y meticulosamente ganando terreno hasta el otro lado.
Yo había usado barba por lo mayor de una década, recortándola seguido pero nunca exponiendo la piel, por lo que la cantidad de tiempo que la cicatriz estuvo ahí es para mí un misterio. El hecho es que estaba, una herida como de cuchillo cruzaba mi mejilla derecha. Yo la miraba en el espejo estupefacto, paralelamente intercambiando, también vía el espejo, miradas con el barbero que, por mis gestos, algo habría sospechado. La sutura estaba totalmente cicatrizada, como con un sello de los años, y no recordar el motivo de tremenda herida me dejaba anonadado.
Es prudente, a estas alturas del relato, desenmascarar los hechos y ser fiel a la verdad. De este punto en adelante, prometo decir todo, ocultar nada, y bajo ningún pretexto falsear los documentos o mentir. Empezando por la razón de mi instantánea riqueza y el viaje a Bangkok: Tocó el timbre de casa de mis padres un abogado estadounidense que debía hablar urgentemente conmigo. En privado y luego de rechazar un café o algo, me dijo que un barbero tailandés, cuyos datos no podrían ser a mí revelados, de enorme e inexplicable riqueza, se había contactado con él años antes, para redactar su testamento. En éste, se declaraba que el único heredero de su entera fortuna sería yo. El barbero estaba ahora muerto, a causa de un extraño accidente laboral (no pudo especificar nada más), y todo su dinero podía ser mío. Comprobé en el documento mi nombre, mi dirección, feche y lugar de nacimiento, mis números de D.N.I. y pasaporte. Todo estaba ahí, junto con una cifra de seis dígitos verdes. Sólo faltaba mi firma. El contrato era simple, sin ambigüedades, y si era algún tipo de broma yo no perdía nada en firmarlo. Lo hice casi sin dudar. Horas más tarde había una cuenta a mí nombre a través de la cual ya tenía acceso al dinero.
Ahora estaba en la peluquería contemplando la cicatriz a la vez que miraba al hombre terminar de afeitarme, el cual también interrumpía su trabajo para encontrar mis ojos en el espejo. Si no hubiera sabido de hecho que mi benefactor se encontraba ya muerto, hubiera jurado que era éste. Las posibilidades debían ser nulas pero sus ojos y sus gestos eran propios de la magia, comprendí que su vida podría ser paralela a la mía, que él podría ser paralelo a mí, sus ojos paralelos a los míos. Claro que las líneas paralelas no se cruzan y el hombre de quien había heredado era, por definición, difunto. De pronto me sonrió, no podría decir que por primera vez -había estado sonriendo todo el rato-, pero la sonrisa era distinta, reveladora. Mientras me lanzaba ese profundo gesto, dibujó otro abismo al girar la cabeza; había estado todo el rato mostrándome el lado derecho de su cara, y entendí que la sonrisa era, comparada al presente movimiento, apenas una fracción en lo que va de revelaciones. Creo que lo sospeché desde un principio. Mientras cada vez me mostraba más de su mejilla izquierda, cada vez veía con más entereza la cicatriz, idéntica a la mía, que rajaba aquella mitad de su faz.
Me dejó en esa esfera por tan solo un segundo, eterno para mí (en sentido literal, ese segundo nunca acabó ni acabará), y sin dejar que termine el segundo, volvió a agarrar su cuchilla, la acercó a mi garganta y me la atravesó, en una prolija línea constante, de un lado al otro. En el espejo pude ver cómo saltaba la sangre, pero no de mi garganta sino de la suya. Cayó muerto en un charco de sangre.
Al velorio asistieron tres vecinos del barbero, quienes conversaron libremente frente a mí, conociendo mis nulos dominios de su idioma. Tras años de vivir en Bangkok y aprender la lengua, entendí que hablaban sobre una mítica riqueza que los rumores adjudicaban al barbero. Lo cremaron en una vestimenta ridículamente grande, y aquí no pongo en duda la profesionalidad de la funeraria. En su cara estaba la misma sonrisa que llevaba al morir, y sus ojos me miraban como si todavía hubiera un espejo de por medio.

lunes, 19 de febrero de 2007

Algunas de nuestras peculiaridades

I. Trivialidades puntuales

i) Lo que sucede tipo 5:15 de la tarde en un día soleado con algunas nubes
Sucede que no nos compadecemos al notar ciertos comportamientos, bien propios de la humanidad o bien propios de nuestra humanidad, etc. Si por arte de magia nos encontramos en una habitación iluminada plenamente por un Sol sumamente digno, accedemos a notar que una sombra muy intrigante delata su travesura en una pared que osamos llamar nuestra. Y cómo explicar los procesos que son llevados a cabo dentro nuestro cuando abrimos las ventanas de vidrio, viendo las bisagras trabajar a su manera y entendiendo cómo funcionan, para ser raptados por un disparo en el volumen de la tarde. Hay una cómoda y sabemos que dentro de ella se encuentran, dobladas, nuestras prendas de vestir; pero nos reservamos un cajón para el destino azaroso de ciertos elementos, papeles, u otras trivialidades que, repetimos, osamos llamar nuestros.

Pasa una nube, cubre el sol por un minuto o dos. Mientras lo hace, observamos la gradual y constante decadencia de los lúmenes, y es como si nosotros fuéramos la cómoda de madera que se oscurece por el azar de los vapores y su trayecto natural en el cielo cósmico, las sombras de las que hemos hablado se mezclan entre sí, desaparecen en un gris mucho más total. Esta acción, y no su significado, es efímera y no tarde en acabarse. La iluminación vuelve cuando la nube se va, lejos. Ya nos habíamos olvidado de la omnipotencia que la luz demostraba dentro de nuestra habitación, en el piso y en las paredes y en los muebles de nuestra habitación.

La reincidencia de este ciclo no se hace esperar, prontamente volvemos a notar la misma transacción entre el estado de luz extravagante y sombras densas, y el estado de oscuridad plena, una manta de sombra sobre todos los muebles; y luego viceversa. Cabe en nuestros pensamientos la idea de personificar esa nube que se posa por un tiempo entre el sol y nosotros, darle un espíritu, o un diálogo; le damos sentimientos a la nube quizá para tratar de entender lo azaroso que es el comportamiento de esto que llamamos universo.

ii) A veces entran bichos por la ventana

Nos decimos entre nosotros que miremos esa especie de avispa que acaba de entrar a la habitación. Pensamos que a lo mejor piensa que sigue al aire libre, porque las paredes de nuestra habitación son celestes. Pero no es el mismo celeste que el cielo, es más oscuro, y en todo caso dudamos que la conciencia de la avispa funcione de esa manera.


II. Un ejemplo de nuestro diálogo

Lunes; 5:15 p.m.; día soleado con algunas nubes; nuestra habitación; mirando hacia dentro.
-Creemos que entendemos por qué era inevitable el invento de la fotografía -nos decimos.
-Pero si se entiende una inevitabilidad se entienden todas, será por eso que se cae abajo nuestro entendimiento -contestamos.

No podemos negar que hablamos poco y mal. Es que muchas veces estamos leyendo o durmiendo, y así no se puede hablar mucho y bien.


III. Lo que nos pasa con los zapatos

Algunas veces nos olvidamos para qué sirven los zapatos, pero el concepto siempre está, no nos olvidamos de la existencia de los zapatos; de hecho, generalmente hay algún zapato suelto en nuestra habitación. Pero sí que hay un extrañamiento en la función de aquellas prendas. A veces cuando aparece algún zapato en nuestra habitación decidimos probárnoslo. Nos resulta muy curioso olvidar que los zapatos vienen de a pares y que cada uno sirve para sólo uno de los pies, sea el derecho o el izquierdo. Será porque incluso esos conceptos resultan distantes. Inevitablemente el pie con el que probamos nuestra suerte no es el correcto y damos unos pasos en los que la incomodidad y tortura son de tal calibre que nos quitamos el zapato y lo dejamos donde lo encontramos. Y es al cabo de un rato que se nos ocurre probar con el otro pie pero para entonces el zapato está bien desaparecido. Las pocas veces que hemos tenido la idea antes de que desaparezca el zapato, habíamos olvidado con qué pie habíamos probado la primera vez; así se derrumban las situaciones en nuestra habitación.


IV. Sobre lo que no nos gusta hacer los domingos

Los domingos no nos gusta bailar. De repente, y sólo durante ese día de la semana, no le vemos sentido a la cuestión y si estamos aburridos e intentamos bailar igual, nos sentimos un tanto ridículos o, curiosamente, ausentes. Nos recostamos lentamente en el piso a escuchar esa música cuyo son no nos brinda atracción alguna por perseguir con nuestra locomoción la sincronía de aquel compás. La atracción es otra, muy distinta.


V. Los conflictos prácticos

i) La limpieza
Tras entender que al final la suciedad era un mito, dejamos de limpiar la habitación, nuestra ropa e incluso nuestros cuerpos. Quizá pasaron años desde que no se aparece una escoba por nuestra habitación y el mantenimiento corporal fue reducido a cero. El piso está tan reluciente como siempre; nuestros dientes y aliento son sublimes.

ii) La soledad

Por las noches tenemos problemas con la soledad. Odiamos estar solos al mirar un cielorraso de las dos de la mañana, mirar ese cielorraso que parece saber el idioma de la noche, y así quizá odiamos el cielorraso mismo, la metonimia -o hipálage, siempre las confundimos- de la vida. Así es que mientras la almohada se transforma en nuestro hogar, existe la preocupación de la soledad. Deseamos tan fuerte, y este es sin duda el momento más crítico del día, tener a alguien para compartir la reacción ante ese cielorraso de nuestra habitación, justo encima de nuestra cama, sobre el que está escrito el secreto nombre de la noche.

jueves, 8 de febrero de 2007

Gris eléctrico y asco

El perro salió a pasear al humano, no antes de comprobar que la correa se las bancaba todas. Era una correa azul verdoso, matiz aburrido, con cara de esclavo, y una manija cual picaporte. Obscuro pensamiento presintió el perro antes de salir, quizá ya lo había leído en algún lado:
Se encontró con el pájaro loco en la esquina en donde siempre estaba el alcohólico. La plaza del pájaro tenía gusto a güisqui barato, a vino rancio, a oporto regalado. El perro era medio raro en la cuestión caridad. Solía dejarle unas monedas al pájaro loco, teniendo bien en claro que lo gastaría en la sangrienta pelea contra su hígado, contra sí mismo, contra el mundo, incluso contra el perro. En cambio, en otra plaza se escondía bajo unos cartones húmedos un gallito ciego, manco y un tanto deforme que no tenía qué comer ni a quién amar; lo único que le dejó fue un preservativo usado y una patada en la nuca.
El pájaro con toda la mamúa se abalanzó sobre el perro y su mascota para cantar unos tangos como siempre lo hacía, tarareaba entre vómitos y promiscuos pensamientos de aquellos que caracterizan a los alcohólicos. El perro, sin una sonrisa, se sentó en un banco sucio y soltó al humano para que corra un rato y haga sus necesidades de esa manera asquerosa en que lo hacen los humanos. El perro llevaba bolsas de residuo para levantar los excrementos pero en vez de hacer eso lo solía agarrar a mano pelada y tirárselo a la gente en la calle. Momento glorioso era encontrar una ventana abierta para lanzarlo por ese abismo: mucho peor que la vida.
Se adjuntó a la situación Dios, que solía tomar un trago de vino con el pájaro loco antes de ver los dibujitos en la T.V. pública que se encontraba en la plaza Globo; el aparato lo había instalado Él mismo años atrás, y además del olor a putrefacción que manaba, todo seguía igual, intacto. Los tres estuvieron un rato contando chistes racistas, tomando unos tragos vomitivos de asquerosidad, haciendo pis en la canaletas y mirando hacia arriba.
Y ahora empezaba la situación que el pájaro loco y el perro odiaban, Dios los intentaba convencer de que vayan a la plaza Globo a mirar los Luny Tuns. Terminaron accediendo con la condición de que cuando terminaran Dios se cortara las venas.
Llegaron a la plaza Globo y encendieron la caja. Iba en blanco y negro pero para Dios era el mayor descubrimiento del universo. Todavía no había escuchado hablar del internet y el esquí acuático boca abajo. El pájaro loco sacó de su bolsillo sus drogas y los tres se drogaron un montón.
De un momento para otro todo fue un caos subversivo y subcutáneo. Escalofrío. El cazador ese pelado que trata de asesinar a Bogs Bonny se aburrió del guión y empezo a cortar árboles. Luego con la madera fabricó un puente para cruzar al otro lado del televisor. Los telespectadores no podían creérselo no podían lo. Al cabo de un rato el pelado estaba en la plaza Globo cometiendo errores gramaticales y drogándose un montón con los demás. Pero de repente se percató: los animales, el humano atado al semáforo con la correa azul verdoso, la droga, la plaza Globo, Dios cortándose las venas. Volvió a la tele, agarró su escopeta y con una maniobra hábil en demasía utilizó un dedo del pie para meterse un balazo en la cabeza y sentir la oscuridad abalanzarse sobre sí como una noche en la que la cama está mucho más cerca que el baño o la cocina. Sólo los demás pudieron ver que la sangre no era roja, no. Era gris.
-La sangre del pelado es gris- dijo Dios antes de desangrarse. La televisión en blanco y negro la había puesto Él en la plaza Globo y todo seguía igual, intacto.

jueves, 18 de enero de 2007

El mundo de Agua,

me vuelve loco.

Recomiendo, por no decir casi todos:
  • Una chica que vamos a llamar Inés (abril 2006) Una tiernísima crónica, profundamente femenina, con un uso impecable del humor inoportuno. Sin recurrir a los lugares comunes de la literatura mujeril, se vale más de la casualidad de ser mujer que de la manifestación de aquello. Introduce sus preocupaciones básicas, fundamentales y recurrentes a lo largo de su obra, como lo son el amor no recíproco, el concepto del tiempo y la inaccesibilidad a un entendimiento teórico-práctico del funcionamiento del mundo.

  • No sé el título, pero me sucede que la sola existencia de los monos me resulta hilarante (junio 2006) Pertenece a la sección "Humor, humor, humor". Aquí viajamos a una fantasmagórica India endonde un guía turístico que NO se llama Maricarlos tiene un curioso complot con unos pícaros simios. Artimaña que, ya verán, causa unos inesperados efectos sicológicos en la protagonista; no reirse presenta aquí un gran reto. Brillante uso de palabras como "mico" y "autóctono". Otros escritos puramente cómicos: LA PALOMITA Chronicles (septiembre 2006) y Lás fálicas aventuras de la Sra. Caniche M. M. Toy (junio 2006)

  • Últimamente sueño Fernandez (texte sans terminer, ni nadá) (agosto 2006) con un encantador dibujo en Paint y, por supuesto, su anunciada continuación intitulada El terrible caso del atransparentamiento gastadito en el bólido de acero que es masomenos así (diciembre 2006) Se trata de una interesantísima relación entre dos personajes, Fernandez y Rosamontes. Insiste, lejos de ser pedante, en los arriba enumerados temas, y exhibe uno, también intrínseco en su obra: los sueños. Fernandez (y aquí me tomo el lujo de ser subjetivo), cruel y ególatra, se rehusa tanto a corresponder el amor de Rosamontes como a rechazarlo por completo. Con un admirable uso de niveles intradiegéticos y, me animo a afirmarlo, metadiegéticos, se jacta de soportes visuales tales como zapatos pintados, tartas de verduras, proyecciones fílmicas y prendas de ropa. Imperdible. Textos relacionados: Crónicas Neptunianas (julio 2006), 1 (junio 2006), y los desparramados extractos de la obra, sin terminar, The dark life of Chio and Polain (La oscura vida de Chio y Polain/ La vie foncée du Chio et Polain/ Het donkere leven van Chio en Polain)

  • Santa María (enero 2007) Aquí el hilo narrativo, subconsciente en demasía, es tenebroso, escurridiso. Las imágenes sensoriales, impecables, parecen existir por sí solas. Como si cada una fuese un mundo, con el texto como vínculo entre todos ellos, y a la vez entre ellos y nosotros. Un texto fácil de leer pero difícil de comprender, de examinar; personalmente, me vuelve loco. Quizá sea ese el propósito, una búsqueda hedonista, aunque profundamente sentimental y melancólica, de las palabras y su utilidad. Como si las palabras y las imágenes fueran objetos físicos que, por tener esta cualidad inocua, despliegan sombras; esconden cosas. Una búsqueda similar se encuentra, a mi entender, en Imaginé árboles gigantes y el espacio alterado (octubre 2006)

nota: además de poder acceder a la página como unidad haciendo clic en todos los lugares endonde dice me vuelve loco, podés entrar haciendo clic acá, acá, acá y ahí al lado adonde dice algo que empieza con precipitada. también podés entrar en cada texto en particular haciendo clic en la palabra, elegida al azar, que esté violeta y subrayada.

martes, 9 de enero de 2007

capito 2, lectura fluida.

La incompleta ofensiva militar del Final Del Cuento, de quien se decía que lamía el pegamento de las cartas, sin coste alguno, de toda la gente de su barrio.
(Según lo cuenta la Demagogia en su Tratado de la nueva civilización, manuscrito encontrado, por un mago, detrás de mi oreja. Con fecha cuatro mil novecientos verde musgo*.)


* Una tal comitiva había cambiado el sistema numeral, remplazando las decenas por colores y las unidades por sombras de ese color. El Final Del Cuento había logrado su renombre a mediados de los años azules. Aquella fue una década para algunos inolvidable. Quizá los acontecimientos más importantes fueron la ejecución por horca de la Sobremesa, fatal y trágico dictador, en el año azul turquesa, o el invento del posavasos, solución a una serie de problemas catastróficos, en el azul marino. Empezó su carrera en el barrio de Corazones, cerca de la estación Jardín Templado, de la línea F. Ayudaba a las víctimas de la injusticia, acogía a los desdichados, arreglaba picaportes, jugaba con los niños, chupaba todos los sobres.

“Robaba de los ricos para darle a los pobres.” Declaraban el Tópico y la Rima, casi al unísono.

Pero, como todos saben, los conceptos son altamente impredecibles y el Final Del Cuento no tardó en mostrarles una lección a todos. De un momento a otro empezó a levantar paredes de ladrillo en todos lados. Estaba almorzando con el Clima cuando de repente se levantó, dejando comida en el plato. Dejar comida en el plato había sido ilegalizado en los tiempos del Vidrio Empañado, con la pena de desmiembro total. Sería por esto que el Clima quedó en estado de shock, vomitó espuma por un rato y luego fue derecho a la comisaría, el muy botón. Botón en demasía era el Clima, tanto era así que el cuerpo policial con dificultad lo toleraba y aquel día decidieron ignorarlo. El Final Del Cuento salió disparado a una espontánea ferretería que se encontraba junto a los desechos tóxicos. Empezó a comprar ladrillos y cemento y se pasó años levantando paredes en todos lados. Bloqueaba los túneles, bloqueaba las entradas de las casas y escuelas. Lejos de estar prohibido, levantar paredes había sido altamente incentivado por el aborto de el Vidrio Empañado (el término “gobierno” había sido remplazado por “aborto” en tiempos del Canibalismo); en ese baldío incierto recaía el amparo legal del Final Del Cuento a la hora de levantar libremente paredes de ladrillo por todos lados. Con el tiempo fue perfeccionando la técnica y levantar una pared no le tardaba más de diez o quince minutos. Comenzó a tomar las casas de las personas, levantando paredes para tapar las puertas e incluso empleando la misma técnica para recubrir las ventanas. Trabajaba muy metódicamente, de manzana en manzana, cada habitación de cada casa quedaba sellada, inaccesible. Las personas, absolutamente indefensas, no tenían otro remedio que huir, incluso algunos resignados se dejaban encerrar en sus piezas con poco más que su cepillo de dientes. Procuró encargarse de esfumar al Clima primero, para eliminar los testigos de su comida incompleta. El Final Del Cuento, a pesar de ser muy liberal, siempre llevó la culpa de ese incidente como una pesada y pinchuda cruz. La comitiva del Vidrio Empañado, lejos de encontrar pistas de ese terrible crimen, solo podía fruncir el seño a la libre actividad que disfrutaba el Final Del Cuento a la hora de arruinarle la vida a sus vecinos.