lunes, 19 de febrero de 2007

Algunas de nuestras peculiaridades

I. Trivialidades puntuales

i) Lo que sucede tipo 5:15 de la tarde en un día soleado con algunas nubes
Sucede que no nos compadecemos al notar ciertos comportamientos, bien propios de la humanidad o bien propios de nuestra humanidad, etc. Si por arte de magia nos encontramos en una habitación iluminada plenamente por un Sol sumamente digno, accedemos a notar que una sombra muy intrigante delata su travesura en una pared que osamos llamar nuestra. Y cómo explicar los procesos que son llevados a cabo dentro nuestro cuando abrimos las ventanas de vidrio, viendo las bisagras trabajar a su manera y entendiendo cómo funcionan, para ser raptados por un disparo en el volumen de la tarde. Hay una cómoda y sabemos que dentro de ella se encuentran, dobladas, nuestras prendas de vestir; pero nos reservamos un cajón para el destino azaroso de ciertos elementos, papeles, u otras trivialidades que, repetimos, osamos llamar nuestros.

Pasa una nube, cubre el sol por un minuto o dos. Mientras lo hace, observamos la gradual y constante decadencia de los lúmenes, y es como si nosotros fuéramos la cómoda de madera que se oscurece por el azar de los vapores y su trayecto natural en el cielo cósmico, las sombras de las que hemos hablado se mezclan entre sí, desaparecen en un gris mucho más total. Esta acción, y no su significado, es efímera y no tarde en acabarse. La iluminación vuelve cuando la nube se va, lejos. Ya nos habíamos olvidado de la omnipotencia que la luz demostraba dentro de nuestra habitación, en el piso y en las paredes y en los muebles de nuestra habitación.

La reincidencia de este ciclo no se hace esperar, prontamente volvemos a notar la misma transacción entre el estado de luz extravagante y sombras densas, y el estado de oscuridad plena, una manta de sombra sobre todos los muebles; y luego viceversa. Cabe en nuestros pensamientos la idea de personificar esa nube que se posa por un tiempo entre el sol y nosotros, darle un espíritu, o un diálogo; le damos sentimientos a la nube quizá para tratar de entender lo azaroso que es el comportamiento de esto que llamamos universo.

ii) A veces entran bichos por la ventana

Nos decimos entre nosotros que miremos esa especie de avispa que acaba de entrar a la habitación. Pensamos que a lo mejor piensa que sigue al aire libre, porque las paredes de nuestra habitación son celestes. Pero no es el mismo celeste que el cielo, es más oscuro, y en todo caso dudamos que la conciencia de la avispa funcione de esa manera.


II. Un ejemplo de nuestro diálogo

Lunes; 5:15 p.m.; día soleado con algunas nubes; nuestra habitación; mirando hacia dentro.
-Creemos que entendemos por qué era inevitable el invento de la fotografía -nos decimos.
-Pero si se entiende una inevitabilidad se entienden todas, será por eso que se cae abajo nuestro entendimiento -contestamos.

No podemos negar que hablamos poco y mal. Es que muchas veces estamos leyendo o durmiendo, y así no se puede hablar mucho y bien.


III. Lo que nos pasa con los zapatos

Algunas veces nos olvidamos para qué sirven los zapatos, pero el concepto siempre está, no nos olvidamos de la existencia de los zapatos; de hecho, generalmente hay algún zapato suelto en nuestra habitación. Pero sí que hay un extrañamiento en la función de aquellas prendas. A veces cuando aparece algún zapato en nuestra habitación decidimos probárnoslo. Nos resulta muy curioso olvidar que los zapatos vienen de a pares y que cada uno sirve para sólo uno de los pies, sea el derecho o el izquierdo. Será porque incluso esos conceptos resultan distantes. Inevitablemente el pie con el que probamos nuestra suerte no es el correcto y damos unos pasos en los que la incomodidad y tortura son de tal calibre que nos quitamos el zapato y lo dejamos donde lo encontramos. Y es al cabo de un rato que se nos ocurre probar con el otro pie pero para entonces el zapato está bien desaparecido. Las pocas veces que hemos tenido la idea antes de que desaparezca el zapato, habíamos olvidado con qué pie habíamos probado la primera vez; así se derrumban las situaciones en nuestra habitación.


IV. Sobre lo que no nos gusta hacer los domingos

Los domingos no nos gusta bailar. De repente, y sólo durante ese día de la semana, no le vemos sentido a la cuestión y si estamos aburridos e intentamos bailar igual, nos sentimos un tanto ridículos o, curiosamente, ausentes. Nos recostamos lentamente en el piso a escuchar esa música cuyo son no nos brinda atracción alguna por perseguir con nuestra locomoción la sincronía de aquel compás. La atracción es otra, muy distinta.


V. Los conflictos prácticos

i) La limpieza
Tras entender que al final la suciedad era un mito, dejamos de limpiar la habitación, nuestra ropa e incluso nuestros cuerpos. Quizá pasaron años desde que no se aparece una escoba por nuestra habitación y el mantenimiento corporal fue reducido a cero. El piso está tan reluciente como siempre; nuestros dientes y aliento son sublimes.

ii) La soledad

Por las noches tenemos problemas con la soledad. Odiamos estar solos al mirar un cielorraso de las dos de la mañana, mirar ese cielorraso que parece saber el idioma de la noche, y así quizá odiamos el cielorraso mismo, la metonimia -o hipálage, siempre las confundimos- de la vida. Así es que mientras la almohada se transforma en nuestro hogar, existe la preocupación de la soledad. Deseamos tan fuerte, y este es sin duda el momento más crítico del día, tener a alguien para compartir la reacción ante ese cielorraso de nuestra habitación, justo encima de nuestra cama, sobre el que está escrito el secreto nombre de la noche.

jueves, 8 de febrero de 2007

Gris eléctrico y asco

El perro salió a pasear al humano, no antes de comprobar que la correa se las bancaba todas. Era una correa azul verdoso, matiz aburrido, con cara de esclavo, y una manija cual picaporte. Obscuro pensamiento presintió el perro antes de salir, quizá ya lo había leído en algún lado:
Se encontró con el pájaro loco en la esquina en donde siempre estaba el alcohólico. La plaza del pájaro tenía gusto a güisqui barato, a vino rancio, a oporto regalado. El perro era medio raro en la cuestión caridad. Solía dejarle unas monedas al pájaro loco, teniendo bien en claro que lo gastaría en la sangrienta pelea contra su hígado, contra sí mismo, contra el mundo, incluso contra el perro. En cambio, en otra plaza se escondía bajo unos cartones húmedos un gallito ciego, manco y un tanto deforme que no tenía qué comer ni a quién amar; lo único que le dejó fue un preservativo usado y una patada en la nuca.
El pájaro con toda la mamúa se abalanzó sobre el perro y su mascota para cantar unos tangos como siempre lo hacía, tarareaba entre vómitos y promiscuos pensamientos de aquellos que caracterizan a los alcohólicos. El perro, sin una sonrisa, se sentó en un banco sucio y soltó al humano para que corra un rato y haga sus necesidades de esa manera asquerosa en que lo hacen los humanos. El perro llevaba bolsas de residuo para levantar los excrementos pero en vez de hacer eso lo solía agarrar a mano pelada y tirárselo a la gente en la calle. Momento glorioso era encontrar una ventana abierta para lanzarlo por ese abismo: mucho peor que la vida.
Se adjuntó a la situación Dios, que solía tomar un trago de vino con el pájaro loco antes de ver los dibujitos en la T.V. pública que se encontraba en la plaza Globo; el aparato lo había instalado Él mismo años atrás, y además del olor a putrefacción que manaba, todo seguía igual, intacto. Los tres estuvieron un rato contando chistes racistas, tomando unos tragos vomitivos de asquerosidad, haciendo pis en la canaletas y mirando hacia arriba.
Y ahora empezaba la situación que el pájaro loco y el perro odiaban, Dios los intentaba convencer de que vayan a la plaza Globo a mirar los Luny Tuns. Terminaron accediendo con la condición de que cuando terminaran Dios se cortara las venas.
Llegaron a la plaza Globo y encendieron la caja. Iba en blanco y negro pero para Dios era el mayor descubrimiento del universo. Todavía no había escuchado hablar del internet y el esquí acuático boca abajo. El pájaro loco sacó de su bolsillo sus drogas y los tres se drogaron un montón.
De un momento para otro todo fue un caos subversivo y subcutáneo. Escalofrío. El cazador ese pelado que trata de asesinar a Bogs Bonny se aburrió del guión y empezo a cortar árboles. Luego con la madera fabricó un puente para cruzar al otro lado del televisor. Los telespectadores no podían creérselo no podían lo. Al cabo de un rato el pelado estaba en la plaza Globo cometiendo errores gramaticales y drogándose un montón con los demás. Pero de repente se percató: los animales, el humano atado al semáforo con la correa azul verdoso, la droga, la plaza Globo, Dios cortándose las venas. Volvió a la tele, agarró su escopeta y con una maniobra hábil en demasía utilizó un dedo del pie para meterse un balazo en la cabeza y sentir la oscuridad abalanzarse sobre sí como una noche en la que la cama está mucho más cerca que el baño o la cocina. Sólo los demás pudieron ver que la sangre no era roja, no. Era gris.
-La sangre del pelado es gris- dijo Dios antes de desangrarse. La televisión en blanco y negro la había puesto Él en la plaza Globo y todo seguía igual, intacto.