viernes, 28 de diciembre de 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

viernes, 30 de noviembre de 2012

En 2012 subimos un armario por el balcón


En 2012 subimos un armario por el balcón,
 y vos ¡oh! ataste tan bien la cuerda
(me emociono)
era tan lindo
era como un regalo
envuelto con aire perfecto
el nudo no parecía real

Yo subí al balcón
y empecé a tirar
mientras vos abajo te ocupabas
de que no tocara la pared

Y te vi desde arriba
y no parecía real

Después, a medio camino
entraste corriendo al edificio, para subir a ayudar
(el armario raspó un par de veces)
y pasó un auto por la calle
lentamente

En el asiento de atrás estabas vos
con la ventana abierta
y me miraste, y miraste el armario
que colgaba a tres metros de la vereda

Vos estabas subiendo las escaleras
 y escuché tus pasos por el departamento 

Qué linda imagen
El chico ese en el balcón
subiendo un armario 





jueves, 15 de noviembre de 2012

Fantasmas





La primera historia me pasó en el verano de 1994 o noventa y cinco, en un viaje en auto por el sur. Yo estaba en la tercera fila de nuestro Peugeot 505, escuchando música en el walkman de mi hermano. Estaba escuchando un cassette que tenía el Nirvana Incesticide entero y después varias canciones sueltas de otros CDs. En esa época estaba todavía empezando a manejar el cassette, había grabado sólo un par de cosas con la ayuda de mi hermano. Me quedé dormido con la música puesta y me desperté un tiempo más tarde con la música todavía sonando. En el auto todos dormían, excepto mi vieja que le daba charla a mi viejo, en lo que en esa época me parecía el otro extremo de un planeta mediano. Ellos se habían recién enterado de que mi tío tenía leucemia y, si bien yo en el momento no entendía mucho, recuerdo bien el ambiente triste y tenso. Creo que el recorrido que estábamos haciendo tenía algo que ver con eso, como si estuviéramos volviendo a Bariloche para estar más en contacto, o algo por el estilo.
                  Me parecía rara la música que sonaba, no sabía qué era, estaba bastante seguro de que no lo habíamos grabado nosotros, pero quizá tampoco conocía todas las canciones del cassette muy bien. Después de esa canción vino otra, y después varias más, cuatro canciones, ponele. Me parecía raro lo que estaba pasando, pero ahora supongo que el funcionamiento del cassette era todavía un poco misterioso para mí, no me pareció imposible, sólo inexplicable. Escuché varias canciones más, estudiando el aparato por fuera, sin tocar nada. Tuve una idea que me pareció brillante, que fuera la radio. Pero se veía claramente que la perilla estaba en cassette, no en radio. Lo puse en radio y cambió la música, agregada al típico sonido de interferencia que ya relacionaba con la radio. Volví a cassette, apreté play, y volvió la música misteriosa. Escuché un poco más y de repente la cinta se terminó y paró, en la mitad de una canción. Rebobiné la cinta un poco y puse play, pero la canción que sonaba era otra distinta, una de Aerosmith que yo había elegido. Me acuerdo de eso, del sentimiento que me produjo reconocer la canción, como de volver a casa un poco. Seguí jugando con la cinta, yendo para atrás y adelante y cambiando de lado el cassette (que en ese walkman se cambiaba también con una perilla, no había que hacerlo físicamente), pero nunca volví a encontrar la música que había escuchado. Lo desperté a mi hermano para contárselo y me dijo que seguramente habría sido la radio, o algunas canciones del disco de Nirvana que quizá era la primera vez que escuchaba. Nunca supe qué pasó ese día, y el recuerdo de vez en cuando me volvía. Pero, es raro, cada vez que lo recordaba (quizá también porque cada vez era más grande y entendía más), el recuerdo era más nítido, y el sentido de imposibilidad y misterio se hacía más completo.

Sobre todo, el recuerdo ese cobró importancia cuando me pasó lo otro que te quería contar. Esta vez, fue con un CD la cosa. Cuando tenía, no sé, trece, o algo así, se rompió el minicomponente Aiwa que había heredado de mi hermano. Era uno de esos bien noventosos, gigantes, con la estética futurista de esos años, no me acuerdo si tenía tres o cinco CDs. Tres, sí, tenía tres. Era justo la época en que se estaban rompiendo todos, algo muy particular que pasó con Aiwa alrededor del 2000, curiosamente, como si estuvieran físicamente incapacitados para funcionar después de esa década. Se rompían todos, a varios amigos les pasó lo mismo, dejaban de leer los discos. Cada vez les costaba más y al final, nada. El mío lo tiré por la ventana al jardín, me acuerdo, pero no le pasó nada, y lo terminé a palazos. Cuestión que fui al Unicenter con mi viejo a comprar otro equipo. Yo quería reemplazarlo con otro parecido o más grande. Uno que fuera enorme, que tuviera muchas luces, si podía ser de cinco CDs, mejor. Pero mi viejo se copó con uno bien finito, marca Teac, que se enganchaba en la pared. "Esta era la marca de magnetófonos cuando yo era chico", me acuerdo que me decía. Me convenció de comprarlo, yo no estaba tan seguro, pero él había estado toda la mañana diciéndome que esos equipos enormes eran una estupidez, y el Teac ese era medio lindo, y tenía despertador. Creo que me convenció lo del despertador. Cada noche elegía un disco y a la mañana escuchaba un par de temas en la cama, después me iba a duchar y dejaba la música puesta, para seguir escuchando mientras me cambiaba. Lo que hacía el despertador ese era empezar bien bajito e ir subiendo el volumen gradualmente, hasta que yo me despertara y lo bajara con el control remoto. Cuestión que un día, como siempre, me despierto con la música, era un CD grabado de Moby, que me había copiado de un amigo poco tiempo antes. Y ese día, cuando se prendió el despertador, me fui directo a la ducha sin apagar la función del volumen que iba subiendo. Era algo que me pasaba de vez en cuando, generalmente porque estaba soñando algo muy lúcido y me iba a la ducha con la cabeza todavía en eso, medio sonámbulo. Y recién cuando estaba en la ducha empezaba a escuchar la música al mango y me daba cuenta, pero siempre había alguien en casa para meterse en mi cuarto y apagarlo. Pero ese día nadie estaba bajando la música, que estaba fuertísimo y se tenía que escuchar por toda la casa. Ahí en la ducha no sabía qué pasaba, era imposible que no estuviera nadie en casa, un día de semana antes del colegio, siempre estaban todos cambiándose y tomando el desayuno, lo típico. Y yo estaba ahí encerrado en la ducha, y me tenía que enjabonar el cuerpo y lavarme el pelo, y todo el tiempo me preguntaba "qué carajo pasa", ¿viste? Y la música ahí, sonando al palo. Finalmente salgo de la ducha, voy a mi cuarto, bajo el volumen de la música, veo que la hora es la normal, y empiezo a dar vueltas por la casa. Pero fue rarísimo, porque no sólo no había nadie, sino que las camas estaban sin deshacer, como si no hubiera dormido nadie ahí. La noche anterior había sido medio pesada, porque yo había tenido uno de los ataques de nervios que estaba teniendo en esa época. Ya te conté todo eso una vez. Yo no sabía bien qué pensar. Busqué por toda la casa alguna nota que me pudieran haber dejado, pero no encontré nada. El auto tampoco estaba. El único que tenía celular en esa época era mi viejo, lo probé y estaba apagado.
                  No fui al colegio. Estuve mucho tiempo desayunando con la tele, esa tele extraña y medio desconocida del horario de colegio. Después volví a mi cuarto y me pareció raro encontrar que la música seguía sonando. Miré la hora y calculé que ya iba más de una hora, pero no llegaba a 72 minutos, que era el máximo de los CDs. Me puse a continuar un dibujo que había empezado unos días antes, siempre pensando en qué podría haber pasado con mi familia, estaba preocupado. Mientras pensaba seguí dibujando, y de repente me di cuenta de que la música no se había parado todavía. Ahora sí que iba más de 72 minutos, ochentipico tenía que ser. Era rarísimo. Me aseguré de que fuera el disco, que se veía girando en vertical, a través de un plástico transparente, en el equipo que estaba colgado en la pared cerca del escritorio. Rarísimo. Ahí me acordé de lo otro que te conté, lo del walkman, no sabía qué pensar. Me quedé sentado en el escritorio así, pensando en qué mierda podía estar pasando, mientras la música seguía y seguía, 90 minutos, cien, ciento diez. Siempre con temas de Moby, algunos que conocía y otros que no. Me empecé a marear un toque y me tiré en la cama. La música seguía. Un poco después me quedé dormido.
                  Me desperté re tarde, como al mediodía. Me pasó eso de que al principio no sentís nada raro y de repente te acordás de lo que pasó antes y vuelve todo de golpe, me anclé de repente en mi realidad emocional anterior: mucha incomprensión, algo de miedo, un toque de medio desesperación, no sé. El CD se había parado, al fin. En la pantalla del equipo decía que el disco tenía 71 minutos y no me acuerdo si diecinueve o veinte canciones.
                  Salí al pasillo y escuché ruidos abajo. Bajé en silencio las escaleras, me asomé, y vi a mi vieja en la cocina, haciendo cosas, muy normal todo. Y, no sé por qué, volví a mi cuarto sin decirle ni preguntarle nada. No me importaba que supiera que había faltado, que estaba en casa, pero no sé, con todo lo que había pasado, y después de verla así de lo más normal en la cocina, no tenía ganas de verla, de hablar con ella. Me quedé todo el día en el cuarto. Terminé el dibujo, leí, dormí más, fumé unos puchos en la ventana, escribí algo.
                  ¿Qué escribiste, te acordás?
               No, no sé. No era nada que ver con eso que había pasado, un poema típico de esa época. No importa eso. Me quedé en mi cuarto, y no bajé hasta la tarde. Los demás fueron llegando, mi viejo el último, y todos actuaban como si nada. Fue rarísimo. Bueno, como si nada no, porque la noche anterior había pasado eso, y a mí me tenían como de delicado, no mimado, pero se notaba el protagonismo. Obvio que el disco nunca más volvió a sonar así de largo, que era imposible, tenía lo que mostraba en la pantalla, 71 minutos.

Y ahora te puedo contar lo que me pasó ayer...
                  —Pará, disculpame, eh. ¿Tenés el dibujo que hiciste ese día?
                  —Hmm, no sé. En algún lado tiene que estar.
                  —¿Te acordás cómo era?
                —No sé, lo voy a buscar. Si lo encuentro te lo traigo. Pero dejame contarte lo de ayer, todo eso era para que entiendas mejor. Porque me volvió a pasar, pero esta vez con un vinilo.
                  ¿Qué te volvió a pasar?
                  Lo de la música eterna, el disco imposible. Mirá, te lo cuento. Fue ayer, eh. Se había quedado a dormir Débora.
                  ¿Cómo va todo con Débora?
                Y, más o menos. Bien no. Tampoco mal, no sé. Esa noche fue un típico ejemplo. Todo bien, no sé, vino a casa, comimos, charlamos algo, nos acostamos.
                  ¿Sexo?
               Nada. No, olvidate. Y hay siempre como esta tensión viste, pero es de tedio, de falta de no sé qué. Unos silencios tenemos. No sabés. Y esa noche, en la cama, yo algo le dije. Como decíamos el otro día con vos, que no sé qué sentido tiene. Y cuando me desperté ella no estaba. Se había ido, re temprano, sin decirme nada. Primera vez. Yo tampoco me calenté, todo es por algo. De hecho hubo algún tipo de alivio, tener toda la mañana para mí. Pero también me quería matar, no sé. Esa mina. Entonces, tirado ahí en la cama, pensé, "voy a escuchar un vinilo". Y un segundo después pensé, "voy a escuchar el de Leonard Cohen."
                 ¿Cuál?
                 Songs of Love and Hate.
                 Fuerte.
                 Sí, estaba medio en esa. Y lo pongo, y después de la canción "Diamonds in the Mine", la última del primer lado, el disco sigue sonando. Con la misma música del disco, las canciones que siguen en el segundo lado. Pero sin dar vuelta el disco, ¿entendés? Cuando me di cuenta me quedé mirando la púa, que estaba fija en el mismo lugar, con el disco girando y reproduciendo toda esa música, ¡pero con la púa en el mismo lugar!
                  ...
                Sí, ya sé, no digas nada. Ya sé que es imposible, que todas estas cosas me las tengo que haber imaginado, que estoy re limado. Pero por eso te lo cuento, necesito que me digas qué hacer con todo eso. Quizá fueron sueños, las tres historias me pasaron cerca de las horas de sueño, no sé. Pero sé que no lo soñé, lo de ayer estoy seguro. Lo re pensaba, "tengo que estar soñando", pero era imposible. ¿No se te ocurre nada? Alguna cosa psicológica. Tiene que haber una explicación.
                  ¿Y no te acordás de los sueños?
                  —No, nada.
                  —¿De ninguno de los tres? ¿El de ayer tampoco?
                  No, si te digo te miento.
                  Decí, decí.






viernes, 9 de noviembre de 2012

Corrientes de resaca




Si usted está atrapado en una corriente de resaca,
No luche contra la corriente, sino atraviésela oblicuamente.
Nade fuera de la corriente, aléjese, y luego vuelva a la orilla.
Si no puede escapar, manténgase verticalmente a flote.
Si necesita ayuda, grite o agite los brazos hasta recibir asistencia.



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un millón de epílogos




Pero de repente, dando vuelta la hoja, entendí
que ya había terminado, que la frase anterior
era la última, el último renglón de la última página
del último capítulo del libro. Pensaba que seguía
 
entré de espaldas al silencio

y me perdí el final. Y me re calenté,
porque no parecía un final, y porque
esa misma frase me había sugerido mil
continuaciones re lindas a la historia,
y porque cerrar así nomás todo eso,
es una picardía. Y volví a la frase, miles de veces
volví y cada vez una continuación distinta
agonizaba y moría ahí mismo, en frente de todos.




lunes, 5 de noviembre de 2012

domingo, 28 de octubre de 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

La ilusión de la pausa



Cuando los obreros duermen la siesta
(la plaza está llena de cuerpos)
el impulso vertical
deviene horizontal

Algunos al sol y otros
a la sombra
se cruzan los brazos
abajo de la nuca
o usan el casco
con una remera o algo
de almohada

La construcción de la ciudad
no se detiene, para verlos
dormir o ignorarlos,
sigue creciendo
engullendo, intercambiando
vida por muerte
y viceversa




martes, 16 de octubre de 2012

martes, 9 de octubre de 2012

domingo, 7 de octubre de 2012

domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuando ustedes me dijeron que apague la luz



Cuando ustedes me dijeron que apague la luz, le di a los interruptores y se prendió la del pasillo a la misma vez.

Mi sombra ocupaba todo el cuarto, clavándose un piano en el flanco y plegándose con cierto misterio en los ángulos.

Me pareció que estaban todos muy bien escondidos, y dejando esa luz prendida me metí entre los abrigos del armario.


viernes, 21 de septiembre de 2012

domingo, 16 de septiembre de 2012